lunes, enero 10, 2005

La cultura de la muerte

Empezaron apelando a la Ciencia (así, con mayúsculas) contra la Iglesia y, enseguida, en cuanto la ciencia parece alinearse con las tesis de la Iglesia, continúan sus ataques, incluso contra la ciencia.Los proabortistas han perdido hace tiempo el debate de los hechos incontestables, el debate biológico y filosófico. Los avances en genética y biología embrionaria, unidos a las nuevas técnicas de visualización y diagnóstico médicos, vienen a confirmar lo que los partidarios de la vida llevan diciendo desde siempre: en el momento mismo de la concepción surge un nuevo ser, ontológicamente independiente del padre y de la madre, con un código genético único e irrepetible que ya no hará más que desarrollarse, sin que el nacimiento sea otra cosa que un paso más en su desarrollo natural. Aún sin nombre, es ya Juan, María o Paco hasta su muerte.Y como esto ya no puede dudarse, los abortistas se cierran en banda, en una postura cada vez más fanatizada, y recurren a los argumentos más pintorescos y a las estrategias más esperpénticas para “sostenella y no enmendalla”. Así, por ejemplo, numerosas clínicas abortistas norteamericanas están empezando a contratar el servicio de capellanes que, como George Gardner, de Women’s Health Care Services, “ofrece asesoramiento individual y la celebración de sacramentos como el bautismo de fetos y la bendición de fetos abortados”. Conmovedor.También empiezan a abundar los libros de “autoayuda” en los que se invita a la madre que aborta a “reconciliarse con su hijo abortado” y a expresar duelo por su muerte lo que, para tratarse de “un cúmulo de células”, no es poco honor.La prueba del nueve sobre la sinceridad de la cultura abortista se aplica cuando se trata de un “embarazado deseado”. Entonces la mujer no habla nunca de “mi embrión” o de “mi feto”, sino de “mi hijo” o “mi hija”, se vigila con emoción las ecografías, se le hace oír música clásica y se le procuran todos los cuidados prenatales. Pero, ¿es o no es persona? ¿O es que la personalidad, mi personalidad, la personalidad de cualquiera, viene definida por la voluntad cambiante de otro?Pero no es cuestión de datos. Phyllis Hamilton, juez federal de San Francisco, ha declarado inconstitucional la recién aprobada ley que prohíbe el llamado “aborto por nacimiento parcial” en el que, como reconoce la propia sentencia, “se extrae parcialmente el feto vivo del útero y se destruye o perfora el cráneo”. Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol. Lo llamativo es el que dictamen califica de “irrelevante” el hecho de que el feto sufra durante el procedimiento. Conviene insistir: el dolor que sienta el feto es IRRELEVANTE para esta juez tan progresista.En definitiva, los hijos de la cultura de la muerte quieren, una vez más, comerse la tarta y guardarla, llorar la muerte del hijo después de matarlo. La “Me Generation” nacida en la posguerra tiene un solo mandamiento: todo lo que me produce una satisfacción personal es bueno; más aún: es el sumo bien.