Hablemos de sexo
Si uno quiere conocer la filosofía dominante de un tiempo y un lugar, no debe fijarse tanto en lo que se dice como en lo que se da por supuesto. El número del 30 de junio de un diario gratuito ofrece una ilustración perfecta de esta teoría. “Tres millones de españolas no utilizan anticonceptivos”, titula el diario la noticia en la que recoge una reciente encuesta. Con ello, el diario está diciendo que lo extraño, lo anómalo, lo alarmante, incluso, no es que una abrumadora mayoría de mujeres recurra a medios químicos o mecánicos para impedir que el coito tenga las consecuencias naturales, sino esa minoría de inconscientes que se atreven a follar a pelo. Y, por si quedaba alguna duda, el diario empieza el artículo diciendo que “el 29% de las españolas en edad fértil se arriesga a tener un embarazo no deseado”. Supongo que la posibilidad de que el embarazo sea, de hecho, deseado, o que un hijo no es una enfermedad de transmisión sexual ni siquiera ha pasado por la mente del redactor.Si algún día llegaran a una civilización extraterrestre imágenes sueltas de nuestra televisión, probablemente deducirían que el ser humano se reproduce por esporas o por bipartición, hasta tal punto insiste nuestra época en la separación de lo que de ninguna manera puede separarse: el sexo y los hijos. Uno se siente un poco ridículo teniendo que recordar lo obvio: que el coito sin interferencias entre un hombre y una mujer fértiles produce nuevos seres humanos. Pero ya decía Chesterton que pronto habrá que proclamar que dos y dos son cuatro como quien proclama el arcano de una oscura doctrina.Es especialmente curioso que en un tiempo en que la palabra “natural” está desbancando a “gratis” y “nuevo” como término favorito para vender productos e ideas, cuando la ecología va camino de convertirse en la religión “por defecto” de una humanidad sin fe, sea el sexo -el mecanismo específico para engendrar seres humanos, la fuente de la que todos hemos salido- el único aspecto importante de la vida en el que lo natural sea ser totalmente artificial. Oyendo hablar a los hijos de la Revolución Sexual -nuestros líderes políticos-, cualquiera diría que los condones surgen en los campos en primavera, que miles de árboles aparecen cargados en otoño con paquetes de “píldoras del día después”, y que, quien más, quien menos, todos hemos sentido alguna vez en la sangre el ancestral instinto telúrico de colocarse un capuchón de látex.
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