miércoles, julio 20, 2005

El asesino es el mayordomo, después de todo

Ahora que todo parecía estar tranquilo.

Ahora que, al cabo de milenios de una carrera armamentística iniciada con el hacha de piedra, Occidente se veía invencible, invulnerable.

Ahora que, erizado de misiles nucleares y protegido desde el mismo espacio, podía Estados Unidos, con razón, decirse que ningún gobierno de la tierra osaría levantarle la voz, que ningún ejército le aguantaría medio asalto.

Ahora que la abrumadora superioridad tecnológica y militar prometía acabar -¡por fin!- con las guerras en el Primer Mundo, por falta de contrincante y exceso de miedo.

Ahora, precisamente ahora, la nueva guerra pilla a Occidente con el pie cambiado, el asesino resulta ser el mayordomo y se ríe de todas las sofisticadas medidas de seguridad inventadas para mantener a Aníbal a las puertas, convertidas de la noche a la mañana tantas cabezas nucleares en carne de chatarrería, un monumento irónico a la locura del Oeste.

¿De qué sirve tener la Bomba si el enemigo está en casa? ¿Para qué bombardear Iraq si los malos están en Chicago, en Leeds, en Marsella?

La situación creada por el terrorismo islámico me recuerda a la película La invasión de los ultracuerpos, en la que los extraterrestres invaden la tierra sustituyendo a los humanos, uno a uno, por réplicas exactas. Así son los suicidas de Londres: son de otro mundo, pero parecen nosotros, se mueven como nosotros, hablan como nosotros: están entre nosotros. ¿Y quién asegura que la mano que controla los mandos de un F-16 no es un converso al islamismo radical? ¿Se van a hacer exámenes de catequesis?