miércoles, junio 22, 2005

Lysenko

En la posguerra, Stalin decretó que la cibernética y la genética, entonces nacientes, eran ‘ciencias burguesas’. La línea oficial en cuanto al desarrollo de seres vivos era la doctrina desarrollada por Trofim D. Lysenko, hombre de cuestionables credenciales científicas pero de incuestionada fidelidad al Partido, según la cual las plantas –como el hombre- pueden modificarse por el ambiente sin tener en cuenta sus características genéticas. Disentir con Lysenko era disentir con la línea oficial del Partido, algo bastante perjudicial para la salud en aquella época. Peor: Lysenko tuvo manos libres para aplicar su método a las cosechas de toda la Unión Soviética. El resultado fue un desastre que duró más de treinta y cinco años.

Es fácil reírse del Lysenkoísmo como una aberración del pasado, de un régimen ferozmente totalitario que por fortuna ha desaparecido en casi todo el mundo. Pero el totalitarismo no es en absoluto incompatible con la democracia y no hace falta más que pararse a pensar cinco minutos para enumerar qué conclusiones serían hoy absolutamente impublicables por muchos datos científicos que las avalaran. Es más: qué campos de la ciencia quedarían fuera de los límites de la investigación ‘legítima’. Politizar la ciencia es una receta segura para el desastre, porque los hechos no son opinables y acaban imponiéndose. En 1632, un tribunal eclesiástico romano obligó a Galileo a retractarse de sus hallazgos científicos. Eppur si muove.