miércoles, abril 13, 2005

Las canas de Occidente

La demografía es destino. Podremos equivocarnos con las consecuencias de muchos otros fenómenos. Hay tantas variables, cálculos tan complejos en la medición de, digamos, el calentamiento terrestre o tal medida política o económica que pueden debatirse el cómo, cuándo y cuánto de sus efectos. La demografía, en cambio, es aritmética pura. Si hoy nacen cincuenta personas, dentro de dieciocho años alcanzarán la mayoría de edad esos cincuenta, como máximo. Y si necesitamos cien, los otros cincuenta tendrán que llegar de alguna otra parte.

Casi todos los problemas de peso a que se enfrenta Occidente, desde la previsible quiebra del Estado de Bienestar a la amenaza de conflicto cultural debido al aluvión migratorio, proceden de un hecho muy simple: los occidentales -los europeos, sobre todo- no tienen hijos.

Las consecuencias son estremecedoras. Muchas de ellas son incalculables, porque nunca se había dado una situación así, semejante envejecimiento de la población. Pero otras son más fáciles de predecir. Las prestaciones sociales, por ejemplo: todo el moderno modelo de pensiones, el llamado "sistema de reparto", sólo es sostenible si los que pagan -es decir, los trabajadores- son muchos más que los que sólo cobran -los pensionistas. La tasa de fertilidad española, la más baja del mundo, está en un 1,4 hijos por mujer, muy por debajo de la tasa de sustitución que permite que la población se mantenga estable. Así, la inmigración masiva -con todos los problemas que inevitablemente comporta- no es una opción, sino una necesidad.
Así las cosas, cualquiera pensaría que el primer punto de la agenda de cualquier gobierno occidental medianamente lúcido debería ser promover la natalidad. Lo que vemos, en cambio, es cómo redoblan los esfuerzos por hacer cada día más difícil la paternidad, con una saña verdaderamente suicida.

Lo patético es que los comentaristas aplauden como ‘pragmática’ lo que podríamos llamar ‘política exterior’ del Papa mientras desprecian su defensa de la vida, que pronto se revelará como el mensaje más práctico de su pontificado.