miércoles, agosto 17, 2005

Tus muertos y los míos

¿Cuál es la diferencia entre un desgraciado e imprevisible accidente y un trágico caso de negligencia criminal? ¿Se rinden? El partido en el poder.
El 19 de noviembre de 2002, un petrolero que transportaba 77.000 toneladas de crudo, se partió en dos en las costas gallegas. El gobierno, entonces del PP, no tenía, naturalmente, nada que ver. No murió nadie y se invirtieron muchos millones en la operación de limpieza. Sin embargo, la oposición socialista criticó con tal furia e insistencia la opinable reacción de las autoridades –incluyendo manifestaciones y la creación de la plataforma Nunca Mais- que cualquiera diría que Aznar en persona había torpedeado el petrolero. El pasado 16 de julio, un incendio en Guadalajara destruía 17.000 hectáreas de bosque y acabó con la vida de once personas. Pero ahora gobiernan los socialistas y ha sido, naturalmente, un desgraciado accidente.

El 26 de mayo de 2003, un avión militar de transporte se estrelló en las montañas de Turquía en un accidente en el que murieron 62 soldados españoles. El gobierno del PP era, por supuesto, culpable por haber empleado un transporte barato e inseguro, y el PSOE no dejó de invocar incesantemente a los muertos contra el entonces ministro Federico Trillo e incluso permitió ilegalmente que una manifestación de familiares de los muertos entrara en el Congreso y acosara al ex ministro. El pasado martes, un helicóptero Cougar –comprado en tiempos de Felipe González, la opción más barata de tres modelos presentados a concurso- se estrellaba en Afganistán, con el resultado de 17 soldados españoles muertos. Pero ahora gobiernan los socialistas y ha sido, naturalmente, un desgraciado accidente.

Una de las muchas locuras de nuestro tiempo es pensar que lo tenemos todo controlado; que, de alguna manera, la prevención puede evitar todos los accidente. En ausencia de un Dios trascendente, el hombre busca un responsable más cercano de todo lo que ocurre y no controla, y ese responsable es el Estado. Lo peor es que los gobiernos alimentan esta ceguera al reducir cada vez más el ámbito de actuación de los individuos y tratar de legislarlo todo. Sólo cuando las cosas salen mal se acuerdan de invocar al azar y exculparse recurriendo . Pero ya es tarde.