lunes, septiembre 05, 2005

Katrina y los bárbaros

Va ya para medio siglo que se impuso en Occidente el dogma según el cual la espontaneidad es la mejor virtud y la represión el peor, casi el único vicio. Y, visto el panorama -incluyendo el esperpento de la nueva ley de educación socialista-, no parece que vaya a volver la sensatez a corto plazo. Pues bien, estas últimas semanas tenemos el cuestionable privilegio de ver la espontaneidad en acción, el reino de los impulsos no reprimidos, cientos de personas dando rienda a sus instintos en vivo y en directo. Se llama Nueva Orleáns, y no es un bonito espectáculo.

Policías rompiendo escaparates para no quedarse sin su parte en los pillajes, bandas ametrallando un hospital infantil y disparando contra los helicópteros de salvamento, víctimas del huracán siendo violadas una y otra vez en el Centro de Convenciones de Nueva Orleans. No se trataba del hambre o de la desesperación; nadie tiene hambre de vídeos ni hay desesperación que lleve a violar. Se me dirá que eso pasa en todas las catástrofes. Quizá, pero no en igual medida. En el terrible terremoto de Kobe de 1995 no se vieron escenas de salvajismo comparables.

Frecuentemente olvidamos la débil frontera, delgada como el grosor de un folio, que nos separa de la barbarie. Cada generación, como decía en la columna anterior, se nos viene encima una invasión de bárbaros que se llaman niños. La Humanidad lo ha entendido siempre así, y ha usado la más antigua y eficaz de sus instituciones, la familia, para civilizar a estos bárbaros, transmitiéndoles siglos de sabiduría acumulada.

Pero eso era antes. Ahora la élite aplaude con una mano la autoindulgencia ilimitada de los ciudadanos mientras con la otra aplica leyes cada vez más represivas y minuciosas para paliar los inevitables efectos. Porque es una triste verdad que lo que el hombre no interioriza y hace propio por la educación se le acaba imponiendo por la fuerza, y que cuanto más se expande y ramifica la ley, más irresponsables e infantilizados acaban siendo los individuos, a la espera de un Katrina para demostrarlo.