viernes, marzo 23, 2007

'Distinguo'

¿Qué les está pasando a las palabras? Las más inocuas se están tiñendo de una insoportable moralina con esta teocracia progre que nos desgobierna. Fíjense, por ejemplo, en la palabra ‘discriminación’. Discriminar no es más que distinguir con inteligencia; todavía es común en los países sajones leer el slogan ‘for the discriminating costumer’ ‘para el cliente que sabe distinguir’, referido a producto de calidad especialmente alta. Pero en tiempos de fe ciega, pensar es siempre un error.

Uno puede montar una empresa por mil razones: porque se ha descubierto un nuevo producto o servicio, por razones vocacionales, por que no se soporta depender de las veleidades de un jefe... Pero, afortunadamente, la empresa busca siempre maximizar el beneficio, ofreciendo lo mejor por el precio más bajo. Quien intente otra fórmula ya puede ir despidiéndose del mercado o tener unas reservas inagotables para soportar las pérdidas.

Y digo ‘afortunadamente’ porque la consecución del beneficio elimina del mercado sin necesidad de reglas ni leyes a quienes discriminen irracionalmente.

Eso hace especialmente idiota la llamada ‘Ley de Igualdad’. La democracia moderna es un sistema curioso por el que se reconoce que el pueblo sabe perfectamente lo que quiere al elegir a unos señores que se pasaran cuatro años diciéndoles que no tienen ni idea de lo que quieren y que, por lo tanto, hay que imponerles lo que es mejor para ellos. Miran las tablas, ven que, por ejemplo, las mujeres ganan de media menos que los hombres y no tratan de descubrir por qué. La respuesta les viene dada por su rígida fe: la discriminación. O, dicho de otra manera, los empresarios son tan tontos que están dispuestos a perder dinero negándose a contratar empleados más baratos e igualmente válidos hasta que su sueldo se iguale al de los varones, y todo por su prejuicios.