viernes, marzo 23, 2007

Y ahora, la publicidad

La publicidad es, en mi opinión, el arte más completo y significativo de nuestro siglo, y si no se le reconoce así es porque en esto, como en todo, hay mucha inercia. El mejor arte ha sido siempre comercial, y ha puesto todos los recursos al alcance del artista para expresar lo que desea y para complacer a su público. Goya pintaba reyes porque le pagaban reyes y Cervantes no escribió el Quijote para complacer a la crítica u obtener una subvención de un inexistente Ministerio de Cultura, sino para vender libros. Sus sucesores en esto son los creativos publicitarios, que consiguen la no pequeña hazaña de contar historias, manipular emociones y vender un producto combinando música e imágenes en un spot de veinte segundos. Los resultados son muchas veces verdaderas obras de arte que sólo el esnobismo cultural nos impide reconocer como tales.

Pero además, la publicidad es el arte de nuestra época porque la define bien. Es efímero, acorde con la capacidad de atención del público actual. Pero aún más representativo de los tiempos que corren es la enorme, salvaje desproporción de lo que se dice y cómo se dice con respecto al objeto del que se habla. Un cartel frente al que paso cada día tiene por eslogan "mi yo misterioso"; y el misterio del yo, de un alma inmortal que atesora vivencias felices y aterradoras, conmovedoras experiencias, crisis existenciales, reflexiones y fe... es un helado.

En ese sentido, la publicidad es un reflejo exagerado pero no infiel de nuestra época, en la que los mensajes son siempre urgentes y de la máxima importancia, en la que todas las bodas son bodas del año y todas las muertes, pérdidas irreparables (que se olvidan en una semana) y en la que se nos vende como paradigma de la felicidad vaciedades bien envueltas para regalo.