lunes, mayo 08, 2006

La edad de la inconsciencia

Hace menos de cien años apenas podía decirse que existiera; hace mil, ni siquiera había una palabra universalmente aceptada para nombrarla. Hoy, en cambio, parece ser la única edad del hombre en Occidente.

La adolescencia, ese periodo de transición en el que la persona tiene ya capacidades físicas e intelectuales de adulto junto a pulsiones y reacciones de niño, esa edad confusa que en casi todas las civilizaciones anteriores ha sido tan efímera que bien podía darse por inexistente, empieza ahora cuando el individuo tiene todavía en la boca el sabor de su última papilla y acaba, para muchos, sólo con la muerte.

Bien podría decirse que la madre de esta eterna edad de la inconsciencia es la abundancia, y su padre, el Estado del Bienestar. Quizá nadie hizo tanto para divinizarla como J.D. Salinger, que en su sobrevalorada novela El guardián entre el centeno convirtió para siempre a su protagonista, Holden Caulfield, en el epítome del adolescente: narcisista, ‘incomprendido’, autocompasivo, irresponsable, utópico y nihilista. Y ahora esa edad, que el mundo siempre ha intentado hacer lo más corta posible, se ha convertido en la meta ambicionada de toda una sociedad, la nuestra.

La cantan casi todas las películas que salen de la factoría de Hollywood, especialmente American Beauty, donde su guionista hace de todos los compromisos de la edad adulta otras tantas ataduras que deben cortarse para conseguir la felicidad, caiga quien caiga (que, en la vida real, suelen ser muchos).

Hoy nuestros hijos aprenden a ser sexualmente activos y económicamente ‘autónomos’ en el consumo en los primeros cursos de la ESO, y la publicidad y el Imserso anima a nuestros abuelos a que finjan ser irresponsables teenagers, empujándoles a aturdirse en un remolino de actividades de ocio programado que les sientan a sus canas como a un cristo dos pistolas. Es la enfermedad de las sociedades moribundas.