Jugando a las casitas
Antes de que la tele y los videojuegos arruinara su imaginación, uno de los juegos favoritos de los niños era “hacer como si”. A este modelo pertenecía el popular “indios y vaqueros” o “policías y ladrones”. El niño obtenía buena parte de la emoción, la aventura, el derroche de actividad y la liberación de adrenalina de la acción imitada sin el desagradable fastidio de acabar con un tiro en la cabeza; después de agonizar con mayor o menor talento dramático, Paquito se levanta de un salto y el juego vuelve a empezar.
De este tipo es también “jugar a los papás”, normalmente a instancias de los miembros femeninos del grupo (perdón por el comentario sexista). Un niño y una niña fingían estar casados y reproducían escenas minimalistas de lo que, tras observar a sus propios mayores, deducían que era el matrimonio. Después de todo, la imitación es la primera forma de aprendizaje.
Imaginen ahora que sus padres, en lugar de contemplar el juego de sus hijos con una divertida sonrisa, se tomaran en serio la ficción, tomaran la palabra a los pequeños y les trataran, efectivamente, como matrimonio.
Como en el ejemplo, el pretendido matrimonio homosexual es, antes que nada, un abuso intolerable de la analogía. Todas las instituciones son el resultado del lento desarrollo de unas ideas, la plasmación social de unas creencias, de una visión del mundo. En el caso de Occidente, esa visión era la cristiana. Pero el laicismo se ha dedicado a desarraigar gradualmente las creencias cristianas, negándoles el pan y la sal en la vida pública, al tiempo que mantienen unas instituciones que quedan, así, vacías de contenido. Son como salvajes que entrarán en un centro de control de la NASA y se empeñarán en usar todos los instrumentos sin saber para qué sirven.
Pero sería una hipocresía pretender que ahora vienen los homosexuales como los hunos de Atila a destruir un vínculo sagrado. Los heterosexuales les hemos preparado concienzudamente el camino, trivializando y vaciando de sentido la base misma de la sociedad, la familia. Cuando hemos desvinculado casi totalmente sexo y reproducción, cuando el matrimonio se basa en efímeras afinidades y caprichos transitorios, cuando un ídolo de la juventud como la cantante Britney Spears se casa en Las Vegas durante una noche loca para divorciarse 56 horas después, ¿qué argumentos podemos oponer a los homosexuales que reivindican el matrimonio? Por supuesto que la unión de dos hombres o de dos mujeres no será nunca matrimonio (y el Estado tiene tanta capacidad para hacer que así sea como para decretar que todas las flores son rosas), pero no es el colectivo gay el que está poniendo en peligro el matrimonio: se limitan a recoger las nueces de un árbol que nos hemos cansado de sacudir.
De este tipo es también “jugar a los papás”, normalmente a instancias de los miembros femeninos del grupo (perdón por el comentario sexista). Un niño y una niña fingían estar casados y reproducían escenas minimalistas de lo que, tras observar a sus propios mayores, deducían que era el matrimonio. Después de todo, la imitación es la primera forma de aprendizaje.
Imaginen ahora que sus padres, en lugar de contemplar el juego de sus hijos con una divertida sonrisa, se tomaran en serio la ficción, tomaran la palabra a los pequeños y les trataran, efectivamente, como matrimonio.
Como en el ejemplo, el pretendido matrimonio homosexual es, antes que nada, un abuso intolerable de la analogía. Todas las instituciones son el resultado del lento desarrollo de unas ideas, la plasmación social de unas creencias, de una visión del mundo. En el caso de Occidente, esa visión era la cristiana. Pero el laicismo se ha dedicado a desarraigar gradualmente las creencias cristianas, negándoles el pan y la sal en la vida pública, al tiempo que mantienen unas instituciones que quedan, así, vacías de contenido. Son como salvajes que entrarán en un centro de control de la NASA y se empeñarán en usar todos los instrumentos sin saber para qué sirven.
Pero sería una hipocresía pretender que ahora vienen los homosexuales como los hunos de Atila a destruir un vínculo sagrado. Los heterosexuales les hemos preparado concienzudamente el camino, trivializando y vaciando de sentido la base misma de la sociedad, la familia. Cuando hemos desvinculado casi totalmente sexo y reproducción, cuando el matrimonio se basa en efímeras afinidades y caprichos transitorios, cuando un ídolo de la juventud como la cantante Britney Spears se casa en Las Vegas durante una noche loca para divorciarse 56 horas después, ¿qué argumentos podemos oponer a los homosexuales que reivindican el matrimonio? Por supuesto que la unión de dos hombres o de dos mujeres no será nunca matrimonio (y el Estado tiene tanta capacidad para hacer que así sea como para decretar que todas las flores son rosas), pero no es el colectivo gay el que está poniendo en peligro el matrimonio: se limitan a recoger las nueces de un árbol que nos hemos cansado de sacudir.
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