La cruz (Carta del Diablo)
Me dices que te preocupan las inquietudes que están naciendo en el alma que te ha sido asignada, sobre todo ahora en Cuaresma. Tengo la solución: acércalo a la cruz. Ya sé, ya sé: se supone que nosotros huimos de la cruz. Pero el lenguaje humano es tan burdo –todo su sistema de representación, en realidad- que podemos engañarles con las mismas frases de la verdad, variando sutilmente su sentido.
Entiéndeme: acércale a la cruz pero evita a toda costa al Crucificado. Queremos que vea el Dolor divorciado del Amor. Vamos, no es difícil: toda la cultura nos ayuda a presentar las hordas del Enemigo como una religión sombría, como un culto masoquista que odia la vida y aborrece el placer. Ponle delante de ese instrumento de tortura, dile que es ahí donde el Enemigo quiere verle y, por favor, combate cualquier insinuación sobre el sentido del Gran Sacrificio.El hombre siempre ha aborrecido el dolor, pero durante muchos siglos ha entendido o intuido la idea de sacrificio. Ahora, gracias a nuestros denodados esfuerzos, “sacrificio” es algo peor que un término odioso: es una palabra ridícula. Por eso, cuando piense en “Dios” haz que lo haga con el lenguaje árido de la Filosofía –de la Teología, si quieres-, pero nunca con el lenguaje del amor. La mera sospecha de que Dios es más parecido a un Enamorado que al Gran Relojero de los filósofos echaría por tierra todas nuestras ilusiones.
Entiéndeme: acércale a la cruz pero evita a toda costa al Crucificado. Queremos que vea el Dolor divorciado del Amor. Vamos, no es difícil: toda la cultura nos ayuda a presentar las hordas del Enemigo como una religión sombría, como un culto masoquista que odia la vida y aborrece el placer. Ponle delante de ese instrumento de tortura, dile que es ahí donde el Enemigo quiere verle y, por favor, combate cualquier insinuación sobre el sentido del Gran Sacrificio.El hombre siempre ha aborrecido el dolor, pero durante muchos siglos ha entendido o intuido la idea de sacrificio. Ahora, gracias a nuestros denodados esfuerzos, “sacrificio” es algo peor que un término odioso: es una palabra ridícula. Por eso, cuando piense en “Dios” haz que lo haga con el lenguaje árido de la Filosofía –de la Teología, si quieres-, pero nunca con el lenguaje del amor. La mera sospecha de que Dios es más parecido a un Enamorado que al Gran Relojero de los filósofos echaría por tierra todas nuestras ilusiones.
Asmodeo
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