Vamos a contar mentiras
Confieso que estoy desanimado. Cuando empecé a escribir estas cartas, uno de mis propósitos fundamentales era denunciar las mentiras públicas. Tanto me hubiera valido proponerme contar los granos de arena del Sahara. Es difícil aislar una mentira cuando lo público, lo oficial, parece basarse en la mentira más que en ninguna otra cosa. El niño que gritó que el rey estaba desnudo lo tenía relativamente fácil; ahora tendría que gritarlo en medio de una multitud en pelota picada y, claro, la cosa tiene menos gracia. Uno acaba aburriendo y se le queda cara de paranoico.
Pero de todas las mentiras, las que más me llaman la atención, por aparentemente inútiles, son las que todos dicen y, al mismo tiempo, todos saben que son mentiras. Uno entiende que Paco y Juan se pongan de acuerdo para engañar a Pepe, pero que Paco, Juan y Pepe se pongan de acuerdo para engañarse mutuamente es sencillamente demencial.
Y el caso abunda hasta tal punto que uno duda qué ejemplos elegir. Podríamos empezar con una frase que a los políticos les encanta repetir: "la Constitución que nos dimos todos los españoles en 1978". No tengo nada que decir contra la Constitución ni contra el modo en que fue aprobada, pero si un grupo de amigos va a un restaurante y les ofrecen comer lenguado a la plancha o esperar a que se haga otro plato sería un poco idiota que luego recordaran esa comida como "el plato que nos cocinamos todos".
Pero eso es menor, anecdótico. Estamos rodeados de instituciones que mienten ya desde el mismo nombre. El problema del matrimonio homosexual no es que esté mal o bien, que sea conveniente o nocivo; el problema es que es imposible, que el Gobierno tiene tanta facultad para instaurar el matrimonio homosexual como para decretar que los burros vuelan. Otro: planificación familiar. Si el nombre reflejara la cosa, sería perfectamente razonable que una persona se acercara a un centro de estos para planificar cómo tener cinco hijos tal como está el precio de la vivienda. Pero todo el mundo sabe que "planificación familiar" quiere decir cómo NO tener una familia. Y, si quiere decir eso, ¿por qué no lo dice?
¿Por qué se dice "control de la natalidad" cuando se quiere decir "supresión de la natalidad"? ¿Por qué a abortar se le llama "interrumpir el embarazo", como si luego pudiera retomarse el proceso?
“Eutanasia" es un ejemplo de mentira etimológica; significa "buena muerta", pero ¿qué tuvo de buena la media hora de agonía convulsa y babeante de ese símbolo de la "muerte digna", Ramón Sanpedro?
Esta misma semana, sin ir más lejos, hemos tenido nuestra nueva ración de mentiras. La ministra de Sanidad ha vuelto a repetir la mentira oficial sobre la prevención del sida: "no es realista" pedir a la gente que no sea infiel y promiscua. ¿De verdad? ¿Imaginan la que se armaría si alguien saliera en la tele diciendo que la campaña de tráfico de "si bebes no conduzcas" es poco realista? ¿Tan infantiles e irresponsables nos juzgan nuestros políticos como para no poder refrenar nuestros deseos de copular con todo lo que se mueve aunque el precio sea una enfermedad incurable y mortal? Pues eso: más mentira.
Pero de todas las mentiras, las que más me llaman la atención, por aparentemente inútiles, son las que todos dicen y, al mismo tiempo, todos saben que son mentiras. Uno entiende que Paco y Juan se pongan de acuerdo para engañar a Pepe, pero que Paco, Juan y Pepe se pongan de acuerdo para engañarse mutuamente es sencillamente demencial.
Y el caso abunda hasta tal punto que uno duda qué ejemplos elegir. Podríamos empezar con una frase que a los políticos les encanta repetir: "la Constitución que nos dimos todos los españoles en 1978". No tengo nada que decir contra la Constitución ni contra el modo en que fue aprobada, pero si un grupo de amigos va a un restaurante y les ofrecen comer lenguado a la plancha o esperar a que se haga otro plato sería un poco idiota que luego recordaran esa comida como "el plato que nos cocinamos todos".
Pero eso es menor, anecdótico. Estamos rodeados de instituciones que mienten ya desde el mismo nombre. El problema del matrimonio homosexual no es que esté mal o bien, que sea conveniente o nocivo; el problema es que es imposible, que el Gobierno tiene tanta facultad para instaurar el matrimonio homosexual como para decretar que los burros vuelan. Otro: planificación familiar. Si el nombre reflejara la cosa, sería perfectamente razonable que una persona se acercara a un centro de estos para planificar cómo tener cinco hijos tal como está el precio de la vivienda. Pero todo el mundo sabe que "planificación familiar" quiere decir cómo NO tener una familia. Y, si quiere decir eso, ¿por qué no lo dice?
¿Por qué se dice "control de la natalidad" cuando se quiere decir "supresión de la natalidad"? ¿Por qué a abortar se le llama "interrumpir el embarazo", como si luego pudiera retomarse el proceso?
“Eutanasia" es un ejemplo de mentira etimológica; significa "buena muerta", pero ¿qué tuvo de buena la media hora de agonía convulsa y babeante de ese símbolo de la "muerte digna", Ramón Sanpedro?
Esta misma semana, sin ir más lejos, hemos tenido nuestra nueva ración de mentiras. La ministra de Sanidad ha vuelto a repetir la mentira oficial sobre la prevención del sida: "no es realista" pedir a la gente que no sea infiel y promiscua. ¿De verdad? ¿Imaginan la que se armaría si alguien saliera en la tele diciendo que la campaña de tráfico de "si bebes no conduzcas" es poco realista? ¿Tan infantiles e irresponsables nos juzgan nuestros políticos como para no poder refrenar nuestros deseos de copular con todo lo que se mueve aunque el precio sea una enfermedad incurable y mortal? Pues eso: más mentira.
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