martes, enero 18, 2005

Una Iglesia razonable (cartas del diablo)

Apreciado Isacarón: Lo que realmente es la Iglesia, en toda su repulsiva e insoportable profundidad, lo sabemos nosotros y tres o cuatro mortales, poco más. Esos bípedos llaman "pensar" a reaccionar impulsivamente a las imágenes que suscitan las palabras en su patético cerebrito animal. Dicen, qué sé yo, "empresario", y según la palabra les sugiera un tipo orondo, autosatisfecho y con chistera o un dinámico emprendedor capaz de crear riqueza y empleo, tendrán una u otra ideología. Créeme; conocí íntimamente (ya me entiendes) a un tipo, un intelectual, prestigioso ateo, que desarrolló una elaborada teoría, y todo porque la palabra "dios" le sugería un señor mayor con barba, y él odiaba las barbas.

A lo que voy es que los mortales se quedan con la cáscara, y la cáscara podemos dejarla intacta. Los nuestros no deben presentarse como enemigos de la Iglesia, sino como preocupados defensores de una Iglesia "razonable", "al día", "adaptada a los tiempos". ¿Y quién puede oponerse a eso?

Tú y yo sabemos lo que es el tiempo, no ellos; ellos viven dentro, lo que ven ahora es su única vara de medir, son incapaces de imaginar hasta qué punto parecerá ridículo lo que consideran hoy fuera de toda discusión, cómo se juzgará aberrante lo que creen normal. No caen en lo absurdo que resulta medir lo eterno con la plantilla de lo efímero y mudable.

Dejémosles las palabras, los símbolos, la estructura. Y hagamos nuestra 'la cosa'. Los mortales creen que nos asustan los nombres. Pobres. ¿Qué se me da a mí predicar a Jesús a todas horas, mientras sea el Jesús desdentado y bajo en calorías que pasa ahora por fundador del Cristianismo, el Jesús coartada, el Jesús meramente tolerante, ecológico y solidario que diga amén a todos sus caprichos del momento?

Con la Iglesia, lo mismo. Deja el envoltorio, que puede servirnos. No queremos destruir la 'Iglesia', sólo hacerla más razonable. Es decir, nuestra.