miércoles, febrero 23, 2005

Nieve

Esta mañana en Madrid sabemos algo que ignoran en toda Escandinavia, que los canadienses desconocen y de lo que en Siberia no se tiene ni idea remota. Hoy en Madrid sabemos qué es la nieve.

Las cosas sólo se nos revelan una vez, la primera vez que las vemos. La repetición las desdibuja y el hábito las hace invisibles. Sólo los niños entienden la repetición gozosa.

De la retahíla de penas que nos dejó la Caida, el Gran Naufragio, quizá la más característica de nuestro estado es ese dolor fofo y desleído, sin brillo ni grandeza, que llamamos aburrimiento. El nombre del secreto del cielo es Estupor, y en nosotros cada vez que miramos es como si hiciésemos fotocopias en una máquina defectuosa, de modo que la segunda vez es peor y la enémisa apenas se lee.

Esta mañana he pasado caminando junto a un colegio, y en la acera un grupo de esos preadolescentes que han aprendido en la tele y las revistas a despreciar su propia inocencia y jugar a ser más viejos y gastados de lo que serán en años olvidaban todo disfraz para tirarse bolas de nieve gritando del puro gozo de estar vivo y de que el mundo sea otra vez nuevo. Me ha tentado unirme a ellos y pasarme la mañana jugando con la nieve, con lo elemental y primario.