Conductas nocivas
Lo menos que puede decirse es que no se trata de una conducta inocua, con independencia de las creencias o la ideología de cada cual. Desde luego, no lo es físicamente. Ni siquiera hace falta ser médico ni tener nociones de medicina para advertir que el organismo no puede dejar de resentirse gravemente cuando se le da un uso tan evidentemente antinatural.
Pero la profesión médica, naturalmente, puede ilustrar con mayor precisión y amplitud las terribles consecuencias que esta conducta -más cuando es reiterada- tiene sobre la salud. Pero quien no quiera aceptar el sentido común o la opinión de los expertos, puede consultar resmas de estadísticas que vienen todas a demostrar que quienes caen en esta práctica tienen una esperanza de vida sustancialmente inferior a la media, además de contar con muchas más probabilidades de contraer un sinfín de enfermedades que reducen su calidad de vida.
En cualquier caso, no puede alegarse que se trata de un riesgo meramente individual, y que cada cual hace con su cuerpo lo que quiere, como reza el dogma relativista. Estamos ante una actividad que afecta a los demás. No somos islas, vivimos en sociedad, y son muchas las personas que lo encuentran antinatural, desagradable o, incluso, repugnante.
Por otra parte, la ley tiene un carácter ejemplarizante, y aunque probablemente una postura directamente represiva causaría más perjuicios que beneficios, los poderes públicos deben desincentivar activamente actitudes nocivas para el individuo y desagradables para quienes le rodean.
No se trata de caer en descalificaciones personales; el respeto a la persona debe ser siempre una condición inexcusable en estos debates, y de poco sirve echar en cara a los individuos su debilidad frente al vicio sin conocer las dificultades de cada cual y las luchas que han podido librar.
Por supuesto, estoy hablando del tabaco.
Pero la profesión médica, naturalmente, puede ilustrar con mayor precisión y amplitud las terribles consecuencias que esta conducta -más cuando es reiterada- tiene sobre la salud. Pero quien no quiera aceptar el sentido común o la opinión de los expertos, puede consultar resmas de estadísticas que vienen todas a demostrar que quienes caen en esta práctica tienen una esperanza de vida sustancialmente inferior a la media, además de contar con muchas más probabilidades de contraer un sinfín de enfermedades que reducen su calidad de vida.
En cualquier caso, no puede alegarse que se trata de un riesgo meramente individual, y que cada cual hace con su cuerpo lo que quiere, como reza el dogma relativista. Estamos ante una actividad que afecta a los demás. No somos islas, vivimos en sociedad, y son muchas las personas que lo encuentran antinatural, desagradable o, incluso, repugnante.
Por otra parte, la ley tiene un carácter ejemplarizante, y aunque probablemente una postura directamente represiva causaría más perjuicios que beneficios, los poderes públicos deben desincentivar activamente actitudes nocivas para el individuo y desagradables para quienes le rodean.
No se trata de caer en descalificaciones personales; el respeto a la persona debe ser siempre una condición inexcusable en estos debates, y de poco sirve echar en cara a los individuos su debilidad frente al vicio sin conocer las dificultades de cada cual y las luchas que han podido librar.
Por supuesto, estoy hablando del tabaco.
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