miércoles, noviembre 09, 2005

Europa sin alma

Es bien sabido que la naturaleza aborrece el vacío, y debería serlo que no hay alianza posible entre una fe y una duda.

Con independencia del cúmulo de factores coyunturales que alimentan el preocupante conflicto que mantiene a Francia en estado de sitio -una política de inmigración irresponsable y caótica, un intervencionismo agobiante que debilita los lazos familiares e infantiliza a sus benefactores y un consumismo que crea expectativas imposibles-, lo que subyace a este enfrentamiento es el vacío moral de Europa, “el abandono y la negación -por decir con palabras de Benedicto XVI- de lo que nos es propio”.

La prosperidad económica y la estabilidad democrática no han sido nunca sustitutos de una visión compartida del mundo, y la historia nos enseña que las civilizaciones no mueren cuando decae su poderío económico y militar, sino cuando pierden su alma. Occidente se ha rendido al más estúpido de los dogmas, el multiculturalismo, según el cual cualquier cultura es tan válida como cualquier otra, con el añadido tácito y masoquista de que cualquiera es mejor que la nuestra.

Negar nuestra raíces cristianas en el proyecto de constitución europea es peor que una mentira; es un error potencialmente fatal.