martes, marzo 14, 2006

Provocadores

Uno entiende que la vida está muy achuchada y que el que ha encontrado eso que llaman ‘nicho de mercado’ y le va bien, para qué va a cambiar. Por eso entendemos a los valentones de bar y los chulos de sofá que se ganan la vida dando a moro muerto gran lanzada, poniéndose medallas por quitarle un caramelo un niño o el bolso a una vieja. El caso es ir de Capitán Trueno por lo barato, de transgresor e iconoclasta a base de sacarle la lengua a los cocos oficiales de la modernidad y de saltarse normas y leyes que ignora olímpicamente toda la gente guapa.

Sacarse el carné de provocador no es difícil, ni tiene por qué ser más arriesgado que mirar los toros desde la barrera. Lo único importante es saber escoger el muñeco de pimpampum de modo que se le pueda golpear sin que devuelva los golpes y con el aplauso de los que importan. Mi consejo -universalmente seguido por los que conocen el oficio- es arremeter contra los católicos. Mano de santo, si me permiten la expresión. ¿Que un artista no tiene talento ni nada que decir y quiere elevar su caché en ARCO? Pues le pone un misil a un cristo, y a correr. ¿Que un cantautor anda de capa caída y ya no se acuerdan de él ni en su casa? Pues cocina un cristo (la inconografía es monótona, vale, pero da mucho juego) y ya podemos inflarnos a vender discos. Y así. La blasfemia vende, pero cuidado: contra esos de la otra mejilla, y tal. Que con Mahoma no se juega, nada de bromas aquí, ni la menor tontería con los musulmanes, que esos van en serio. Tampoco vale ser transgresor con los verdaderos santones de nuestro siglo, ni hereje con las ortodoxias que cuentan. No hay artista que haga valiente oposición a la homosexualidad, ni osado intelectual que oponga serios reparos al feminismo ni, en fin, quien disienta del panteón de dioses infinitos de lo Políticamente Correcto. Para esos todavía hogueras virtuales, y esa valentía no renta euros.