miércoles, abril 12, 2006

El futuro es nuestro

Es una inexorable ley de la historia política que los revolucionarios de ayer se conviertan en los conservadores de hoy; que quienes defendían hace unos años un ideario con el marchamo de ‘nuevo’ -una de las dos palabras con más gancho vendedor, según los publicitarios- se aferren a él cuando ya no lo es, por el sencillo método de remozarlo aquí y allá, tratando de vendernos género podrido haciéndolo pasar por fresco.

Occidente se encuentra en los últimos metros de un callejón sin salida en el que nuestras élites nos han metido jurándonos que era en realidad el camino a los ‘mañanas que cantan’ (expresión maoísta que no tiene nada que ver con los cantamañanas), a la Nueva Jerusalén progresista. Pero el modelo se agota a ojos de todos, ya el pueblo ha visto al hombre detrás de la cortina y esto no da para más. En un giro histórico lleno de ironía, el ultralaicismo occidental se ha dado de bruces con su némesis perfecta, el fundamentalismo islámico, y le ha faltado tiempo para enarbolar la bandera blanca, sin nada que oponer a las sencillas certezas del rival sino un puñado de dudas.

Ya no valen remiendos. Hay que cambiar un paradigma que hiede. La mala noticia es que nuestras élites, las que nos cuentan cada mañana cómo son las cosas, tienen un interés directo, inmediato y muy poderoso en que sigamos creyendo que lo nuevo y lo moderno (marca registrada) son ellos de una vez para siempre; que es lo que hay y que más nos conviene aprender a amar la tónica. La buena noticia es que la tribu laicista se extingue siguiendo su propia lógica interna. Si el hombre es “una pasión inútil”, reproducirse es una crueldad; si el planeta está mejor sin nuestra predatoria presencia, tener hijos es casi un crimen. Y difícilmente puede ser el futuro una sociedad sin gente. El futuro es de quienes tienen la suficiente fe en la vida -más aún: en la continuidad de la vida tras la muerte- como para traerla al mundo, como para protegerla hasta el último individuo. El futuro, aunque suene pretencioso, es nuestro.