lunes, mayo 01, 2006

Primero de Mayo

Hay pocos espectáculos más patéticos que la procesión de un culto en el que ya nadie cree, empezando por los cofrades. Debe ser el suplicio de Tántalo, salir año tras año gritando con un falso entusiasmo añosos lemas que los popes de la cosa han dado ya de lado hace décadas y que para el mundo adelante suenan más camp que la canción ganadora del Festival de San Remo.

Me refiero, por si no se habían percatado, a la manifestación del Primero de Mayo, esa reliquia bostezante.

Y toda esta mascarada, este arrastrar de pies, este fingir la revolución social mirándo de reojo el reloj, caray, qué largo se hace esto, para llegar a tiempo para el aperitivo, todo para seguir en el machito, para justificar el sueldo y las prebendas de los paniaguados de un sindicalismo que ya hiede y que no representa a nadie. Pero que usted y yo pagamos, cuidado, que tiene un envidiable patrimonio, una nube de liberados que viven de no dar un palo al agua, y un sinfín de sinecuras a costa de una ideología obrerista que quedó demodée en los sesenta del siglo pasado, cuando el obrero vio que, lejos de ser empujado al hambre por las plusvalías que se embolsaba el capitalista, el jornal iba engordando hasta catapultarle a la clase media. Eso sin contar con que, en una economía avanzada de servicios como la nuestra, obreros-obreros, lo que se dice obreros, de los que trabajan sólo con las manos, van quedando poquitos entre los asalariados.

Seamos sinceros, ¿qué queda del ardor revolucionario en Cándido Méndez, un poner? ¿Le han mirado bien? ¿Alguien puede por un segundo ver en ese funcionario pancista, ese disciplinado burócrata de lo laboral, un representante de los intereses de la masa trabajadora? Para empezar, tendrían que recordarle qué es eso del trabajo, cómo se hace y lo que cuesta llegar a fin de mes. Pero para huir de todo eso es por lo que éste y el otro se ha aupado a donde están.