lunes, enero 10, 2005

De la blasfemia como género artístico

Pensaba dedicar esta última carta del 2004 a comentar qué ha dado de sí el año, que es lo propio en estas fechas. Pero 365 días dan mucho de sí, y el comentario disperso no es lo mío. Así que he optado por hablar de uno de los géneros de moda en el mundo de la comunicación, y que no es mal símbolo de lo que hemos vivido últimamente. Me refiero a la blasfemia.

El cristianismo se lo ha puesto difícil a los blasfemos con cierto gusto. Blasfemar contra el Yahwé judío, blasfemar contra Alá o insultar a su profeta, siendo estúpido y perverso, tienen cierto matiz artístico. Enfrentarse a lo Invencible, a lo Omnipotente, a lo Infinitamente Afortunado e Intocable, no deja de tener un mérito aberrante.

De entrada, en el primer caso el blasfemo público tiene una fatwah asegurada a vuelta de correo, y en el segundo, el sambenito perpetuo de antisemita, que es el leproso ideológico de la época.
En cambio, hay algo particularmente insulso y patético en la blasfemia contra Cristo. El Cristianismo, para empezar, se basa en una blasfemia, en la blasfemia suprema. El blasfemo cristiano se enfrenta a una dificultad insuperable: no tiene delante un Júpiter tonante, sino un crucificado desnudo y humillado, lleno hasta arriba de golpes y salivazos; blasfemar de Él es llover sobre mojado. Incluso el signo que nos distingue, la cruz, podría ser considerado una blasfemia en otras religiones, tan paradójica como si los monárquicos franceses llevasen colgada del cuello una pequeña réplica de la guillotina con que decapitaron a Luis XVI.

Hay que entenderles. "Audaz" y "transgresor" son los calificativos que consagran definitivamente al intelectual moderno (calificar una obra de "inspiradora" o, peor, "bella" puede arruinar la carrera de un artista), pero tiene que ser una transgresión de mentirijillas, una audacia de pega, un dar a moro muerto gran lanzada. Siendo la multiculturalidad el único dogma ante el cual toda rodilla se dobla en el mundo moderno, hay que andarse con mucho ojo para no ofender a ningún colectivo de perpetuos ofendidos. Estos transgresores de pacotilla no osarían vulnerar las verdaderas reglas de juego; ni en sueños se les ocurriría, no sé, tratar con leve ironía la homosexualidad o hacer bromas con el papel de la mujer, que estos colectivos tienen la piel muy fina y un palo muy largo. Nada tan patéticamente servil como estos supuestos transgresores.

¿Qué les queda? ¡La Iglesia, naturalmente! Meterse con la Iglesia -el muñeco de pim-pam-pum favorito de la modernidad- es el modo más barato, seguro y rápido para acceder al Olimpo de la intelectualidad. Todo son ventajas. Uno puede ponerse las medallas del héroe sin riesgo alguno. Ofender a los católicos es como pescar en un barril.

Si yo mentase injuriosamente a los parientes cercanos de Jesús Polanco, podría denunciarme y haría muy bien. Pero en sus medios se insulta impunemente a los católicos y aquí no ha pasado nada.

Pero no tiene que ser así, no debe ser así. Los católicos no puede seguir asistiendo al linchamiento de su fe como si no fuera con ellos.

Puede ser muy evangélico poner la otra mejilla cuando te abofetean, siempre que sea la mejilla propia; cuando es la de nuestra madre no es más que cobardía.

1 Comments:

Blogger Galsuinda said...

No somos valientes, es el ahí me las den todas

11:22 p. m.  

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