Los males del silencio (de Cartas del Diablo)
Apreciado Isacarón:
Hoy quiero prevenirte contra uno de nuestros peores enemigos: el silencio. No, no estoy hablando de decibelios, aunque, indudablemente, ayudan. ¿Por qué crees que favorecemos esa infernal cacofonía que acompaña la vida del hombre moderno y civilizado? Empiezan el día rodeados de ruidos, es estruendoso su desplazamiento, atronadores sus diversiones, y hasta su trabajo lo acompañan con el incesante runrún de reuniones interminables y conversaciones anodinas.
Pero no quiero hablarte del sonido físico; no me importa si los inundas con ese otro ruido de las mil y una distracciones que ofrece el mundo moderno. Lo único importante, lo esencial, es que nunca estén solos consigo mismos. Esa soledad, ese silencio, son potencialmente nuestra ruina. Un hombre en silencio, sin imágenes bailando ante sus ojos o en su imaginación, corre el terrible riesgo de pensar. Sé lo que me vas a decir: que hemos montado formidables defensas contra la reflexión, que les hemos vendido estereotipos en 'packs' para ahorrarles la molestia de pensar por su cuenta y lograr que, ante cualquier interrogante, tengan lista una respuesta prefabricada. Pero ten en cuenta que estos mecanismos están diseñados para vencer en la discusión, para detener la reflexión en el diálogo o el debate. Cuando el hombre está solo mucho tiempo, cuando se pregunta por sí mismo una y otra vez sin la necesidad de rebatir a alguien, sin tener que quedar bien, existe un grave riesgo de que adviertan lo hueco de nuestros ingeniosos argumentos.
Recurre a cualquier interrupción, sugiérele imágenes, recuerdos. Hay que evitar a toda costa que llegue el momento fatal en que nuestro hombre se diga: "todo eso (todas las ideologías de moda, todas las teorías de salón, todos nuestros brillantes fuegos artificiales del intelecto) está muy bien, pero ¿para qué vivo?". En ese momento estaremos perdidos. (23/11/2004)
Hoy quiero prevenirte contra uno de nuestros peores enemigos: el silencio. No, no estoy hablando de decibelios, aunque, indudablemente, ayudan. ¿Por qué crees que favorecemos esa infernal cacofonía que acompaña la vida del hombre moderno y civilizado? Empiezan el día rodeados de ruidos, es estruendoso su desplazamiento, atronadores sus diversiones, y hasta su trabajo lo acompañan con el incesante runrún de reuniones interminables y conversaciones anodinas.
Pero no quiero hablarte del sonido físico; no me importa si los inundas con ese otro ruido de las mil y una distracciones que ofrece el mundo moderno. Lo único importante, lo esencial, es que nunca estén solos consigo mismos. Esa soledad, ese silencio, son potencialmente nuestra ruina. Un hombre en silencio, sin imágenes bailando ante sus ojos o en su imaginación, corre el terrible riesgo de pensar. Sé lo que me vas a decir: que hemos montado formidables defensas contra la reflexión, que les hemos vendido estereotipos en 'packs' para ahorrarles la molestia de pensar por su cuenta y lograr que, ante cualquier interrogante, tengan lista una respuesta prefabricada. Pero ten en cuenta que estos mecanismos están diseñados para vencer en la discusión, para detener la reflexión en el diálogo o el debate. Cuando el hombre está solo mucho tiempo, cuando se pregunta por sí mismo una y otra vez sin la necesidad de rebatir a alguien, sin tener que quedar bien, existe un grave riesgo de que adviertan lo hueco de nuestros ingeniosos argumentos.
Recurre a cualquier interrupción, sugiérele imágenes, recuerdos. Hay que evitar a toda costa que llegue el momento fatal en que nuestro hombre se diga: "todo eso (todas las ideologías de moda, todas las teorías de salón, todos nuestros brillantes fuegos artificiales del intelecto) está muy bien, pero ¿para qué vivo?". En ese momento estaremos perdidos. (23/11/2004)
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