Por un Estado laico
Una abrumadora mayoría de padres españoles elige –cuando le dejan- una educación religiosa para sus hijos. Esta misma semana, como informa ALBA en el presente número, la Confederación Católica de Padres de Alumnos (Concapa) ha entregado al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, 1.112.484 firmas solicitando que se mantenga la religión en paridad con el resto de las asignaturas. La ministra de Educación, María Jesús Sansegundo, ha equiparado este millón largo de firmas a "algunos comentarios aparecidos en prensa".
El Instituto Nacional de Estadística, fuente oficial de información demoscópica dependiente del Ministerio de Economía y Hacienda, cifra en un 0,1 por ciento la población homosexual en España. Sin embargo, para amoldarse a las reivindicaciones que dicen representar a todo este colectivo, el Gobierno está más que dispuesta a eliminar el concepto de matrimonio que h acompañado a la Humanidad desde su origen, en un experimento social sin precedentes y con consecuencias imprevisibles. ¿Soy el único que ve aquí cierta disonancia antidemocrática, una clara intención de imponer a la sociedad un nuevo concepto del hombre y el mundo?
Siendo humano, el lenguaje no puede dejar de ser imperfecto y equívoco. Y la mitad de los malentendidos en el actual debate sobre el laicismo no son más que confusiones y juegos de palabras.
Diríase que el debate se plantea entre quienes quieren un Estado laico y los que quieren un Estado... ¿no laico? Ahí está la cuestión: ¿qué se supone que quieren los católicos? Todavía no sé de nadie que nos acuse de reivindicar una teocracia, aunque ya hay quien juguetea con la palabra ‘confesional’.
Lo que, con excepciones, queremos los católicos es un Estado laico, y es precisamente lo que nos niegan.
Un Estado laico significa un Estado absolutamente neutral en lo religioso, no un poder que quiera convertirse en sustituto de la Iglesia.
Pero si el Estado debe ser imparcial, la sociedad no tiene que serlo. La religión no es, como querrían los laicistas, un asunto puramente privado -casi diríamos, un malentendido privado-, algo que debería restringirse a la esfera de la conciencia personal. La religión tiene y siempre ha tenido una esfera pública que el Estado debe respetar.
El error, muy común, consiste en indentificar lo público con lo estatal, pretendiendo que todo lo que no es estrictamente privado debe quedar bajo el control del Estado.
Quizá se podría volver a lo que los papas decían a los emperadores de Occidente en el siglo XI, durante la reforma gregoriana: no os compete la salvación de las almas; conformaos con cumplir vuestra misión lo mejor posible. Haced reinar la paz. (08/12/2004)
El Instituto Nacional de Estadística, fuente oficial de información demoscópica dependiente del Ministerio de Economía y Hacienda, cifra en un 0,1 por ciento la población homosexual en España. Sin embargo, para amoldarse a las reivindicaciones que dicen representar a todo este colectivo, el Gobierno está más que dispuesta a eliminar el concepto de matrimonio que h acompañado a la Humanidad desde su origen, en un experimento social sin precedentes y con consecuencias imprevisibles. ¿Soy el único que ve aquí cierta disonancia antidemocrática, una clara intención de imponer a la sociedad un nuevo concepto del hombre y el mundo?
Siendo humano, el lenguaje no puede dejar de ser imperfecto y equívoco. Y la mitad de los malentendidos en el actual debate sobre el laicismo no son más que confusiones y juegos de palabras.
Diríase que el debate se plantea entre quienes quieren un Estado laico y los que quieren un Estado... ¿no laico? Ahí está la cuestión: ¿qué se supone que quieren los católicos? Todavía no sé de nadie que nos acuse de reivindicar una teocracia, aunque ya hay quien juguetea con la palabra ‘confesional’.
Lo que, con excepciones, queremos los católicos es un Estado laico, y es precisamente lo que nos niegan.
Un Estado laico significa un Estado absolutamente neutral en lo religioso, no un poder que quiera convertirse en sustituto de la Iglesia.
Pero si el Estado debe ser imparcial, la sociedad no tiene que serlo. La religión no es, como querrían los laicistas, un asunto puramente privado -casi diríamos, un malentendido privado-, algo que debería restringirse a la esfera de la conciencia personal. La religión tiene y siempre ha tenido una esfera pública que el Estado debe respetar.
El error, muy común, consiste en indentificar lo público con lo estatal, pretendiendo que todo lo que no es estrictamente privado debe quedar bajo el control del Estado.
Quizá se podría volver a lo que los papas decían a los emperadores de Occidente en el siglo XI, durante la reforma gregoriana: no os compete la salvación de las almas; conformaos con cumplir vuestra misión lo mejor posible. Haced reinar la paz. (08/12/2004)
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