El “remake”
Todos hemos visto mil veces la película, pero da igual: el guión sigue funcionando.
No hablo de Mar adentro; me refiero al guión del que la última película de Alejandro Amenábar es sólo una escena, un previsible climax inicial.
La cosa es como sigue: en la escena inicial vemos al gobierno estudiando una medida absolutamente peregrina, algo que durante casi toda la historia, en casi todas partes, se haya considerado indiscutiblemente negativo, perverso, incluso. Algo, en suma, nada ‘carca’, progresista, moderno y, ¿cómo era? ah, sí: laico, muy laico. La demanda social es muy reducida o nula, así que los promotores de la medida se preparan para calentar el ambiente.
Esto es una democracia, así que nuestros gobernantes abren un debate, inician un intercambio de ideas... Es broma, claro. A nuestros guionistas las ideas les producen urticaria. Las ideas son peligrosas; la gente empieza a pensar y existe el riesgo de que se envicie. Además, las ideas no son nada visuales, nada cinematográficas. Así que los guionistas buscan -o fabrican- un caso extremo, una historia ‘humana’, muy humana. Por supueso, el caso en cuestión debe pasar por maquillaje antes de salir a escena, de modo que lo que es una rareza estadística parezca una historia de cada día y lo que es anormal pase en pantalla por normal.
Dice un refrán jurídico que los casos difíciles hacen malas leyes, pero prácticamente toda la última hornada de leyes “progresistas, modernas, laicas y nada, nada carcas” se basado en un puñado de casos que, más que difíciles, son verdaderas curiosidades estadísticas, manipulados a placer.
Pero sigamos con la película. Un grupo de extras recoge el caso y, como si fuera cosa suya, empieza a hacer ruido. Los medios de comunicación afines se hacen eco de estas protestas, inicialmente marginales, amplifican su voz, les ofrecen gratis et amore nuevos argumentos. Es el momento que aprovecha el poder para “abrir el diálogo”. Pero el público está todavía demasiado ‘verde’ para aceptar algo que siglos de civilización le han enseñado a ver como aberrante, así que los gobernantes fingen cierta benévola reticencia. Muy dialogante, eso sí.
Es entonces cuando se introduce el primer clímax del guión: la película. A veces (pocas) es un libro o un docudrama televisivo, pero no hay nada como el cine -el buen cine- para obviar todos los argumentos racionales del mundo con una buena historia. A partir de ahí, todo viene rodado. La película es recibida por los medios como lo que es, un misil ideológico, no como una obra cinematográfica más que debe juzgarse por sus méritos artísticos. El presidente del Gobierno va al estreno, la película se convierte en noticia de primera página, los críticos convierten sus espacios en fervorosas columnas de opinión, las imágenes sustituyen a los argumentos en la mentalidad colectiva y lo que ayer parecía impensable hoy se convierte en imprescindible. En las últimas escenas, la medida ha sido aprobada, aplicándose a casos más y más alejados del utilizado en la propaganda, y sólo queda un ‘malo’ en la película que sigue oponiéndose: lglesia Católica. La oposición, al fin, se convierte en unas ‘creencias’ que nadie tiene derecho a ‘imponer’ a los demás en una sociedad laica. Poco importa que no haya nada de específicamente católico en la oposición al aborto, a los ‘matrimonios’ de homosexuales, a la eutanasia; ya apenas queda quien recuerde que, sólo unos años atrás, toda la sociedad consideraba perverso lo que ahora se vende como normal. Ahora ya es una de esas suspersticiosas obsesiones de los católicos.
Carlos Esteban (ALBA 15/C)
No hablo de Mar adentro; me refiero al guión del que la última película de Alejandro Amenábar es sólo una escena, un previsible climax inicial.
La cosa es como sigue: en la escena inicial vemos al gobierno estudiando una medida absolutamente peregrina, algo que durante casi toda la historia, en casi todas partes, se haya considerado indiscutiblemente negativo, perverso, incluso. Algo, en suma, nada ‘carca’, progresista, moderno y, ¿cómo era? ah, sí: laico, muy laico. La demanda social es muy reducida o nula, así que los promotores de la medida se preparan para calentar el ambiente.
Esto es una democracia, así que nuestros gobernantes abren un debate, inician un intercambio de ideas... Es broma, claro. A nuestros guionistas las ideas les producen urticaria. Las ideas son peligrosas; la gente empieza a pensar y existe el riesgo de que se envicie. Además, las ideas no son nada visuales, nada cinematográficas. Así que los guionistas buscan -o fabrican- un caso extremo, una historia ‘humana’, muy humana. Por supueso, el caso en cuestión debe pasar por maquillaje antes de salir a escena, de modo que lo que es una rareza estadística parezca una historia de cada día y lo que es anormal pase en pantalla por normal.
Dice un refrán jurídico que los casos difíciles hacen malas leyes, pero prácticamente toda la última hornada de leyes “progresistas, modernas, laicas y nada, nada carcas” se basado en un puñado de casos que, más que difíciles, son verdaderas curiosidades estadísticas, manipulados a placer.
Pero sigamos con la película. Un grupo de extras recoge el caso y, como si fuera cosa suya, empieza a hacer ruido. Los medios de comunicación afines se hacen eco de estas protestas, inicialmente marginales, amplifican su voz, les ofrecen gratis et amore nuevos argumentos. Es el momento que aprovecha el poder para “abrir el diálogo”. Pero el público está todavía demasiado ‘verde’ para aceptar algo que siglos de civilización le han enseñado a ver como aberrante, así que los gobernantes fingen cierta benévola reticencia. Muy dialogante, eso sí.
Es entonces cuando se introduce el primer clímax del guión: la película. A veces (pocas) es un libro o un docudrama televisivo, pero no hay nada como el cine -el buen cine- para obviar todos los argumentos racionales del mundo con una buena historia. A partir de ahí, todo viene rodado. La película es recibida por los medios como lo que es, un misil ideológico, no como una obra cinematográfica más que debe juzgarse por sus méritos artísticos. El presidente del Gobierno va al estreno, la película se convierte en noticia de primera página, los críticos convierten sus espacios en fervorosas columnas de opinión, las imágenes sustituyen a los argumentos en la mentalidad colectiva y lo que ayer parecía impensable hoy se convierte en imprescindible. En las últimas escenas, la medida ha sido aprobada, aplicándose a casos más y más alejados del utilizado en la propaganda, y sólo queda un ‘malo’ en la película que sigue oponiéndose: lglesia Católica. La oposición, al fin, se convierte en unas ‘creencias’ que nadie tiene derecho a ‘imponer’ a los demás en una sociedad laica. Poco importa que no haya nada de específicamente católico en la oposición al aborto, a los ‘matrimonios’ de homosexuales, a la eutanasia; ya apenas queda quien recuerde que, sólo unos años atrás, toda la sociedad consideraba perverso lo que ahora se vende como normal. Ahora ya es una de esas suspersticiosas obsesiones de los católicos.
Carlos Esteban (ALBA 15/C)
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