Tsunami
La ola gigante del Índico se ha abalanzado sobre las costas de Indonesia, Malasia, Sri Lanka, India y Tailandia causando miles de muertos y una cobertura constante y obsesiva en radio, televisión y prensa escrita, amenazando con anegar cimas informativas como el Plan Ibarretxe o el derbi madrileño. Se hace difícil, en fin, hablar de cualquier otra cosa, pero debo reconocer que el asunto, en lugar de sugerirme un argumento coherente con su planteamiento, su desarrollo y su conclusión, sólo me inspira una serie de reflexiones inconexas. Ahí van.
- No falla. Cada vez que a la naturaleza se le va la mano con uno de estos desastres periódicos con miles de víctimas, no falta el retórico dónde-está-dios-cuando-suceden-cosas-así, ya convertido casi en un subgénero de la cobertura de catástrofes. Y no lo entiendo. La existencia del dolor, del mal, es el núcleo de la Teodicea, y no es cuestión de tratarlo aquí. Pero Dios es infinito, con lo que si el mal Le niega, cualquier mal Le niega; si el tsunami es una demostración de la inexistencia de Dios, un dolor de muelas también lo es. La diferencia es de grado, no de naturaleza.
- Casi un año justo antes del tsunami se produjeron dos grandes terremotos, el primero en California, con una intensidad de 6,5 en la escala de Richter, y el segundo en Irán, con una intensidad de 6,2. En California murieron dos personas; en Irán, más de 40.000, lo que sugiere que quizá aquello de "siempre las peores plagas caen sobre los más pobres" no es exacto; más bien, ser pobre es -a estos efectos- la peor plaga.
- La respuesta de los particulares en Occidente y, muy especialmente, en España ha sido abrumadora. Se han batido récords de generosidad en ofertas de dinero, de material, de voluntarios. Sería mezquino por mi parte ponerle un ‘pero’ a tanta generosidad. Pero es que soy bastante mezquino. No puedo evitar sentir cierto vértigo ante la facilidad con que los medios de comunicación deciden nuestras acciones, incluidos nuestros impulsos caritativos. ¿Es creíble que lo que está sufriendo un ceilandés víctima del tsunami no tenga un paralelismo en un caso mucho más cercano y más fácil de solucionar? Bravo por la generosidad privada ante el desastre, pero ¿hace falta algo tan aparatoso como un tsunami y una cobertura informativa constante?
- Los ecologistas hablan a veces como si la naturaleza fuera una especie de damisela en apuros, una princesita a merced del malvado y poderoso dragón humano. Luego, de repente, la naturaleza se despereza un poquito, nada exagerado o dramático para su historial, y nos recuerda que el cuadro no es exactamente como nos lo pintan.
- El triunfo de lo políticamente correcto sobre el bien. Uno de los primeros, más numerosos y más encomiables impulsos de ayuda por parte de los particulares de Occidente ha sido la disposición de tantos de adoptar huérfanos del tsunami, niños que han perdido no sólo a sus padres, sino también su casa y su modo de vida. Pero, ¡oh, sorpresa! UNICEF se opone. La ‘razón’ es que el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia no quiere alejar a los niños de su entorno, ni siquiera, parece ser, cuando su ‘entorno’ es una desolación de tablas rotas, epidemias y desperdicios.
- No falla. Cada vez que a la naturaleza se le va la mano con uno de estos desastres periódicos con miles de víctimas, no falta el retórico dónde-está-dios-cuando-suceden-cosas-así, ya convertido casi en un subgénero de la cobertura de catástrofes. Y no lo entiendo. La existencia del dolor, del mal, es el núcleo de la Teodicea, y no es cuestión de tratarlo aquí. Pero Dios es infinito, con lo que si el mal Le niega, cualquier mal Le niega; si el tsunami es una demostración de la inexistencia de Dios, un dolor de muelas también lo es. La diferencia es de grado, no de naturaleza.
- Casi un año justo antes del tsunami se produjeron dos grandes terremotos, el primero en California, con una intensidad de 6,5 en la escala de Richter, y el segundo en Irán, con una intensidad de 6,2. En California murieron dos personas; en Irán, más de 40.000, lo que sugiere que quizá aquello de "siempre las peores plagas caen sobre los más pobres" no es exacto; más bien, ser pobre es -a estos efectos- la peor plaga.
- La respuesta de los particulares en Occidente y, muy especialmente, en España ha sido abrumadora. Se han batido récords de generosidad en ofertas de dinero, de material, de voluntarios. Sería mezquino por mi parte ponerle un ‘pero’ a tanta generosidad. Pero es que soy bastante mezquino. No puedo evitar sentir cierto vértigo ante la facilidad con que los medios de comunicación deciden nuestras acciones, incluidos nuestros impulsos caritativos. ¿Es creíble que lo que está sufriendo un ceilandés víctima del tsunami no tenga un paralelismo en un caso mucho más cercano y más fácil de solucionar? Bravo por la generosidad privada ante el desastre, pero ¿hace falta algo tan aparatoso como un tsunami y una cobertura informativa constante?
- Los ecologistas hablan a veces como si la naturaleza fuera una especie de damisela en apuros, una princesita a merced del malvado y poderoso dragón humano. Luego, de repente, la naturaleza se despereza un poquito, nada exagerado o dramático para su historial, y nos recuerda que el cuadro no es exactamente como nos lo pintan.
- El triunfo de lo políticamente correcto sobre el bien. Uno de los primeros, más numerosos y más encomiables impulsos de ayuda por parte de los particulares de Occidente ha sido la disposición de tantos de adoptar huérfanos del tsunami, niños que han perdido no sólo a sus padres, sino también su casa y su modo de vida. Pero, ¡oh, sorpresa! UNICEF se opone. La ‘razón’ es que el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia no quiere alejar a los niños de su entorno, ni siquiera, parece ser, cuando su ‘entorno’ es una desolación de tablas rotas, epidemias y desperdicios.
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