La alianza de Zapatero
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, propuso recientemente en la Asamblea General de las Naciones Unidas, la creación de una alianza de civilizaciones para combatir el terrorismo internacional entre el Islam y Occidente.
No va a funcionar. No puede funcionar. La alianza entre un vago concepto geográfico y una fe bien definida, pese a sus muchas divisiones, es imposible.
Si Occidente es sólo una forma cómoda de englobar en una sola palabra los países de Norteamérica y Europa Occidental -con el incongruente añadido de un país de Extremo Oriente, Japón-, entonces toda alianza entre ese bloque y el Islam es tan imposible como sumar peras con manzanas. Son magnitudes completamente distintas. Otra cosa es que Zapatero se refiriera a Occidente como la civilización formada sobre la base de los valores cristianos. Pero no es probable en el secretario general de un partido que se ha opuesto a incluir en la Constitución Europea, una mención a las evidentísimas raíces cristianas del Viejo Continente, por no hablar de la cristofobia manifiesta en las últimas medidas aprobadas por su gobierno.
El Islam es una fe que ha conformado una cultura y que sus seguidores se toman muy en serio. No puede aliarse con Occidente por muchas razones. Para empezar, los musulmanes están ya en Occidente; en ese sentido, son Occidente. Se calcula que en dos décadas la musulmana será la religión con más fieles en la europeísima Holanda, y al resto de países de la Unión Europea le espera un destino similar si no se da un radical cambio de timón en las tendencias migratorias y demográficas. Además, el Islam divide el mundo en dos bandos irreconciliables: Dar al Islam y Dar al Harb, la Casa del Islam y la Casa de la Guerra, porque todo territorio no sometido al Islam será campo de batalla o, como mínimo, tierra de misión hasta que confiese que no hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta. Por último, el Islam no es una iglesia; no tiene un Papa con el que firmar la 'alianza', ni un clero estructurado y común que la transmita a la base.
Da la impresión de que Zapatero cae, como tantos otros, en la trampa de las apariencias, de pensar que lo que hay es irreversible. Medido por sus logros tecnológicos, económicos y militares, Occidente resulta invencible.
Pero no es así como nos ven desde el otro lado. Desde fuera, pueblos pobres, jóvenes y animados por una fe militante ven una población decreciente y cada vez más vieja, debilitada por décadas de bienestar y limitada en sus ambiciones por un materialismo nihilista. Ven las vaciedades chocarreras de Crónicas Marcianas o Salsa Rosa, ven al político italiano Rocco Buttiglione vetado en la Comisión Europea por el delito de ser católico y ser coherente con su fe. Ven una civilización, en suma, que ha dejado de creer en sí misma hasta el punto de renegar de sus raíces.
Al final, en una confrontación de civilizaciones gana el bando que tiene algo por lo que morir. Y nadie está dispuesto a morir por una PlayStation o un televisor de plasma.
La tecnología puede adquirirse, los bienes materiales pueden comprarse o conquistarse. Pero una civilización que no cree en sí misma es un moribundo, aunque sea, como en el caso que nos ocupa, un gigante moribundo. El poderío occidental puede acabar siendo como los guerreros de terracota de Qin Shi Huang, impresionante en su número y apariencia pero inútil a la hora de actuar. El Islam no es el enemigo. Antes de emprender una ilusoria alianza o, peor, una ofensiva militar a la americana, Occidente tendrá que decidir qué defiende y en qué cree. Y eso exige un ‘choque’ previo entre la Cultura de la Vida y la Cultura de la Muerte.
No va a funcionar. No puede funcionar. La alianza entre un vago concepto geográfico y una fe bien definida, pese a sus muchas divisiones, es imposible.
Si Occidente es sólo una forma cómoda de englobar en una sola palabra los países de Norteamérica y Europa Occidental -con el incongruente añadido de un país de Extremo Oriente, Japón-, entonces toda alianza entre ese bloque y el Islam es tan imposible como sumar peras con manzanas. Son magnitudes completamente distintas. Otra cosa es que Zapatero se refiriera a Occidente como la civilización formada sobre la base de los valores cristianos. Pero no es probable en el secretario general de un partido que se ha opuesto a incluir en la Constitución Europea, una mención a las evidentísimas raíces cristianas del Viejo Continente, por no hablar de la cristofobia manifiesta en las últimas medidas aprobadas por su gobierno.
El Islam es una fe que ha conformado una cultura y que sus seguidores se toman muy en serio. No puede aliarse con Occidente por muchas razones. Para empezar, los musulmanes están ya en Occidente; en ese sentido, son Occidente. Se calcula que en dos décadas la musulmana será la religión con más fieles en la europeísima Holanda, y al resto de países de la Unión Europea le espera un destino similar si no se da un radical cambio de timón en las tendencias migratorias y demográficas. Además, el Islam divide el mundo en dos bandos irreconciliables: Dar al Islam y Dar al Harb, la Casa del Islam y la Casa de la Guerra, porque todo territorio no sometido al Islam será campo de batalla o, como mínimo, tierra de misión hasta que confiese que no hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta. Por último, el Islam no es una iglesia; no tiene un Papa con el que firmar la 'alianza', ni un clero estructurado y común que la transmita a la base.
Da la impresión de que Zapatero cae, como tantos otros, en la trampa de las apariencias, de pensar que lo que hay es irreversible. Medido por sus logros tecnológicos, económicos y militares, Occidente resulta invencible.
Pero no es así como nos ven desde el otro lado. Desde fuera, pueblos pobres, jóvenes y animados por una fe militante ven una población decreciente y cada vez más vieja, debilitada por décadas de bienestar y limitada en sus ambiciones por un materialismo nihilista. Ven las vaciedades chocarreras de Crónicas Marcianas o Salsa Rosa, ven al político italiano Rocco Buttiglione vetado en la Comisión Europea por el delito de ser católico y ser coherente con su fe. Ven una civilización, en suma, que ha dejado de creer en sí misma hasta el punto de renegar de sus raíces.
Al final, en una confrontación de civilizaciones gana el bando que tiene algo por lo que morir. Y nadie está dispuesto a morir por una PlayStation o un televisor de plasma.
La tecnología puede adquirirse, los bienes materiales pueden comprarse o conquistarse. Pero una civilización que no cree en sí misma es un moribundo, aunque sea, como en el caso que nos ocupa, un gigante moribundo. El poderío occidental puede acabar siendo como los guerreros de terracota de Qin Shi Huang, impresionante en su número y apariencia pero inútil a la hora de actuar. El Islam no es el enemigo. Antes de emprender una ilusoria alianza o, peor, una ofensiva militar a la americana, Occidente tendrá que decidir qué defiende y en qué cree. Y eso exige un ‘choque’ previo entre la Cultura de la Vida y la Cultura de la Muerte.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home