Seeeeñoooooorr
Cuando, en el siglo IX, San Bonifacio, obispo, se presentó ante los sajones paganos vestido con su humilde hábito de monje, los cabecillas germanos se negaron a escucharle, le despreciaron y apenas pudo salir con vida. Al día siguiente volvió a presentarse ante ellos, pero esta vez revestido con todo el esplendor de sus vestiduras episcopales y acompañado de un elaborado ritual. Los jefes sajones, impresionados, le recibieron y escucharon con respeto.
De los aspectos del Ser, eso que los filósofos medievales llamaban transcendentales, el Bien y la Verdad gozan de buena salud en nuestra Iglesia, pero el tercero, la Belleza, lleva ya décadas de capa caída.
Los católicos, que hemos dado al mundo todo un universo estético insuperable, que hemos inspirado y financiado a Mozart, a Miguel Angel, a Bruneleschi, a Velásquez, vivimos desde hace siglos una decadencia artística que, desde los sesenta, se ha convertido en algunos sectores en verdadera pasión por lo feo, como si la fealdad fuera la perfecta hija de la pobreza evangélica. Alguien debería explicar que “pobre” y “cutre” no son términos sinónimos.
Da pena entrar en muchas iglesias construidas con la estética de un garaje, adornadas siguiendo una minuciosa búsqueda de lo más horroroso, escuchar canciocillas cuya letra y música parecen diseñadas como un atentado a la devoción. Para mayor vergüenza de la fe que ha inspirado las sinfonías más prodigiosas de la historia, muchas de estas canciones son meras versiones de melodías de música pop cuyo sentido original casa con las nuevas letras pías como unas pistolas en un Cristo. De la abundancia del corazón habla la boca, y querer rebajar la Iglesia a la categoría de ONG, ajena a todo sentido de misterio y a toda visión sobrenatural, sólo conseguirá crear comunidades cutres que repelerán a las personas sensibles por su estética feísta y conscientemente vulgar y a los inteligentes por sus sermoncillos buenistas, llenos de vaguedades y vacíos de Dios.
De los aspectos del Ser, eso que los filósofos medievales llamaban transcendentales, el Bien y la Verdad gozan de buena salud en nuestra Iglesia, pero el tercero, la Belleza, lleva ya décadas de capa caída.
Los católicos, que hemos dado al mundo todo un universo estético insuperable, que hemos inspirado y financiado a Mozart, a Miguel Angel, a Bruneleschi, a Velásquez, vivimos desde hace siglos una decadencia artística que, desde los sesenta, se ha convertido en algunos sectores en verdadera pasión por lo feo, como si la fealdad fuera la perfecta hija de la pobreza evangélica. Alguien debería explicar que “pobre” y “cutre” no son términos sinónimos.
Da pena entrar en muchas iglesias construidas con la estética de un garaje, adornadas siguiendo una minuciosa búsqueda de lo más horroroso, escuchar canciocillas cuya letra y música parecen diseñadas como un atentado a la devoción. Para mayor vergüenza de la fe que ha inspirado las sinfonías más prodigiosas de la historia, muchas de estas canciones son meras versiones de melodías de música pop cuyo sentido original casa con las nuevas letras pías como unas pistolas en un Cristo. De la abundancia del corazón habla la boca, y querer rebajar la Iglesia a la categoría de ONG, ajena a todo sentido de misterio y a toda visión sobrenatural, sólo conseguirá crear comunidades cutres que repelerán a las personas sensibles por su estética feísta y conscientemente vulgar y a los inteligentes por sus sermoncillos buenistas, llenos de vaguedades y vacíos de Dios.
1 Comments:
Muy bueno!!!!
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