El dilema
Imagine que tiene un botón mágico que, al pulsarlo, su cuenta corriente aumentara automáticamente en un millón y muriera una persona desconocida en un país lejano. Usted nunca vería a su víctima ni sabría de ella y nadie podría relacionarle con ella. No puedo evitar pensar que muchas ‘buenas personas’ le daríamos al botón hasta que nos doliera el dedo.
El caso no es en absoluto un dilema ético –apretar ese botón sería tan inmoral como cobrar por un asesinato por encargo-, pero si lo parece es porque nuestra percepción de lo malo y lo bueno está inevitablemente condicionada por lo que vemos y por lo que nuestras acciones parecen a los otros. “Ojos que no ven, corazón que no siente” es una de las verdades más certeras de nuestro refranero. Por ejemplo, ¿recuerdan el tsunami? La ola gigante que mató a casi trescientas mil personas provocó otra ola paralela de compasión y solidaridad en Occidente. Es probable que usted mismo o su empresa donaran algo tras ver las horribles imágenes una y otra vez en la televisión. Que luego quinientos contenedores –una cuarta parte de toda la ayuda enviada a Sri Lanka desde el tsunami en diciembre- sigan sin desembalar en los muelles de Colombo es lo de menos. El tsunami no es una realidad porque no es una imagen presente. Es el problema que tienen los grupos provida para concienciar sobre la gravedad del aborto. Un crimen que no se ve no nos parece un crimen.
Hace unos años, Balduino, rey de Bélgica, abdicó durante tres días para no tener que firmar la ley del aborto en ese país. Preguntado Don Juan Carlos en Roma si él contempla esta posibilidad ante la equiparación de las uniones homosexuales con el matrimonio (¿por qué ahora?), Su Católica Majestad respondió que él no era el rey de Bélgica. Personas de las que me fío, mucho más sabias y cultas que yo, me dicen que el rey hace bien, que la Corona es jurídica y políticamente irresponsable, que tal gesto no arreglaría nada y podría estropear mucho. Quizá.
Pero no puedo quitarme de la cabeza que también aquí es una cuestión de percepciones, de imagen. Si Hitler –por señalar un ‘monstruo de consenso’ donde los haya- hubiera coexistido con un monarca alemán constitucionalmente ‘irresponsable’ que hubiera firmado las Leyes de Nürenberg ‘por imperativo legal’, ¿de verdad se entendería su gesto en nuestros tiempos?
El caso no es en absoluto un dilema ético –apretar ese botón sería tan inmoral como cobrar por un asesinato por encargo-, pero si lo parece es porque nuestra percepción de lo malo y lo bueno está inevitablemente condicionada por lo que vemos y por lo que nuestras acciones parecen a los otros. “Ojos que no ven, corazón que no siente” es una de las verdades más certeras de nuestro refranero. Por ejemplo, ¿recuerdan el tsunami? La ola gigante que mató a casi trescientas mil personas provocó otra ola paralela de compasión y solidaridad en Occidente. Es probable que usted mismo o su empresa donaran algo tras ver las horribles imágenes una y otra vez en la televisión. Que luego quinientos contenedores –una cuarta parte de toda la ayuda enviada a Sri Lanka desde el tsunami en diciembre- sigan sin desembalar en los muelles de Colombo es lo de menos. El tsunami no es una realidad porque no es una imagen presente. Es el problema que tienen los grupos provida para concienciar sobre la gravedad del aborto. Un crimen que no se ve no nos parece un crimen.
Hace unos años, Balduino, rey de Bélgica, abdicó durante tres días para no tener que firmar la ley del aborto en ese país. Preguntado Don Juan Carlos en Roma si él contempla esta posibilidad ante la equiparación de las uniones homosexuales con el matrimonio (¿por qué ahora?), Su Católica Majestad respondió que él no era el rey de Bélgica. Personas de las que me fío, mucho más sabias y cultas que yo, me dicen que el rey hace bien, que la Corona es jurídica y políticamente irresponsable, que tal gesto no arreglaría nada y podría estropear mucho. Quizá.
Pero no puedo quitarme de la cabeza que también aquí es una cuestión de percepciones, de imagen. Si Hitler –por señalar un ‘monstruo de consenso’ donde los haya- hubiera coexistido con un monarca alemán constitucionalmente ‘irresponsable’ que hubiera firmado las Leyes de Nürenberg ‘por imperativo legal’, ¿de verdad se entendería su gesto en nuestros tiempos?
1 Comments:
Lamentablemente no es Balduino... Es bastante más cobarde
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