Con o sin constitución
En una viñeta del genial Tono, uno de los mejores humoristas de posguerra, una señora se dirige así a una doncella de uniforme y cofia: “Puri: pregúntele al señor qué está buscando y dígale que lo tiene delante de las narices”. Tengo para mí que la maldición del periodista es dejar pasar siempre las grandes noticias de cada época. Inmersos como estamos en la minuciosa actualidad, en las rivalidades de los partidos y las luchas políticas, la última declaración inane de un gobernante o cualquier efímero proyecto de moda nos impide ver los fenómenos que van a condicionar nuestro futuro inmediato aunque, como en el chiste, lo tengamos delante de las narices.
Se apruebe o no, la Constitución europea no pasará sino como una nota a pie de página en los libros de Historia. Lo que va a condicionar el futuro del Viejo Continente, lo que empieza a determinar su presente, es una simplísima cuestión aritmética: los europeos no tienen hijos. Todos los grandes problemas políticos y económicos vendrán de ahí: el choque cultural de una inmigración masiva, la previsible quiebra del Estado del Bienestar, el declive de la innovación, las presiones para universalizar la eutanasia. No tiene sentido hablar de la Europa que vamos a legar a los hijos que no hemos tenido.
Se apruebe o no, la Constitución europea no pasará sino como una nota a pie de página en los libros de Historia. Lo que va a condicionar el futuro del Viejo Continente, lo que empieza a determinar su presente, es una simplísima cuestión aritmética: los europeos no tienen hijos. Todos los grandes problemas políticos y económicos vendrán de ahí: el choque cultural de una inmigración masiva, la previsible quiebra del Estado del Bienestar, el declive de la innovación, las presiones para universalizar la eutanasia. No tiene sentido hablar de la Europa que vamos a legar a los hijos que no hemos tenido.
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