lunes, septiembre 19, 2005

Así en la tierra... (carta del diablo)

Recuerda, sobrino, que para el hombre moderno el alma no tiene enemigos. De los tres tradicionales que citaban los teólogos, la carne no puede hacerles más que bien y la han convertido de siervo en amo, nosotros no existimos (¡qué cómoda posición, la envidia de cualquier espía!) y el mundo... ¡Ay, el mundo, qué maravilloso aliado!

Lo que los teólogos llamaban ‘el mundo’ es lo que tú y yo comprobamos con delicia cada día: el espejismo que les lleva a ver la realidad exactamente al revés, a ver grande lo pequeño, importante lo banal y pasajero, inexistente lo importante. Y nosotros, que hemos descubierto la radical importancia de llamar ‘abajo’ a lo que estaba ‘arriba’, no podemos si no aplaudir este magnífico estado de cosas.

Pero ninguna consecuencia de esta ceguera es tan sublime como la de pretender usar al Sumo Hacedor a modo de artículo de consumo y, por supuesto, descartarlo con indignación cuando no ‘funciona’. Cuando vean con total claridad el cómico espectáculo que ofrecen con esta actitud, antes de las inevitables lágrimas, por fuerza tendrar que reírse de su propia locura. No hay bando pretendidamente creyente que no reclute al Enemigo en sus filas, como no hay ejército que no crea que Él está de su lado, que apoya su causa. La idea de que el Principio y el Fin de todas las cosas se deje zarandear de aquí para allá sirviendo en las diminutas, ambiguas y efímeras guerras humanas, no puede ser más absurda. A esos que se quejan de que Dios (disculpa) no está con ellos, afortunadamente no se les ocurre, para variar, tratar de estar ellos con Dios; si no hubieran cambiado, de hecho, el padrenuestro de modo que ahora rezan –exigen- “hágase mi voluntad”.

ASMODEO