lunes, septiembre 26, 2005

El peso de la gloria

"Mientras, la cruz viene antes de la corona y mañana es lunes. Se ha abierto una brecha en los muros implacables del mundo y se nos invita a entrar tras los pasos de nuestro gran Capitán. Seguir es, por supuesto, lo esencial. Siendo así, se podría preguntar qué uso práctico tienen las especulaciones que he venido desarrollando. Se me ocurre, al menos, uno. Cada uno de nosotros puede pensar en exceso en su propia gloria potencial; pero es difícil que pueda pensar demasiado a menudo o con excesiva profundidad en la de su prójimo. La carga, o el peso, o el fardo de la gloria de mi prójimo debería descansar diariamente sobre mi espalda, una carga tan pesada que sólo la humildad puede sobrellevarla, y las espaldas de los soberbios se romperán bajo su peso. Es algo serio vivir en una sociedad de posibles dioses y diosas, recordar que la persona más gris y menos interesante con la que nos topemos puede un día ser una criatura que, si la vieras ahora, estarías fuertemente tentado de adorarlo, o por el contrario un horror y una corrupción tales como sólo se encuentran, si acaso, en las peores pesadillas. Durante todo el día estamos, en mayor o menor grado, ayudándonos a avanzar hacia uno u otro destino. Es a la luz de estas abrumadoras posibilidades, es con el horror y la circunspección que les corresponden, que debemos regir todos nuestros tratos los unos con los otros, todas las amistades, todos los amores, todos los juegos, toda la política. No hay gente corriente. Nunca has hablado con un mero mortal. Las naciones, las culturas, las artes, la civilización: todos son mortales, y su vida es frente a la nuestra como la vida de un mosquito. Pero es con inmortales con quienes bromeamos, trabajamos, nos casamos; a quienes ninguneamos y explotamos: horrores inmortales y esplendores sempiternos. Esto no significa que debamos estar siempre solemnes. Debemos jugar. Pero nuestro goce debe ser de tal naturaleza –que es, de hecho, la naturaleza más gozosa- como existe entre personas que, desde el principio, se han tomado mutuamente en serio: sin frivolidad, sin superioridad, sin presunción. Y nuestra caridad debe ser un amor real y costoso, con un profundo sentimiento por los pecados a pesar de lo cual amemos al pecador; no una mera tolerancia o indulgencia, que parodian el amor como la frivolidad parodia la alegría. Después del Santísimo Sacramento, nuestro prójimo es el objeto más sagrado que se presenta a nuestros ojos. Si es tu prójimo cristiano es sagrado casi del mismo modo, porque en él también Cristo vere latitat: el glorificador y el glorificado, la Gloria Misma, está verdaderamente oculta"

C. S. LEWIS

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Qué hallazgo! Es un texto de ésos que habría que memorizar o leer cada mañana para no perder la perspectiva. Como dice -más o menos- Ratzinger en "Introducción al Cristianismo", lo diferencial de un cristiano es que vive según la convicción de que la parte más importante de la realidad es invisible.

5:19 p. m.  

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