miércoles, diciembre 14, 2005

La traición de la prensa

El problema es el poder. Cada vez lo tengo más claro. Cuando Jefferson dijo aquello de que prefería un país sin gobierno y con periódicos a otro sin periódicos y con gobierno, partía de una concepción de los medios de comunicación como instrumentos de control, crítica y vigilancia del poder político. La idea de un periódico progubernamental -no digamos, de una prensa oficial- suena, en este modelo, como una contradicción en los términos o algo peor: una traición a su papel más relevante.

Hoy los medios han dejado de ser, en su mayoría, un contrapoder para convertirse en meros órganos oficiosos de poder, de los que están en el Gobierno o de los que están en la Oposición, de los ‘nuestros’ o de los ‘otros’. Ese es el error supremo. Para una prensa libre, los que mandan nunca son ‘los nuestros’; al poder hay que criticarlo, vigilarlo y ponerle coto, no aunque su ideología coincida con la nuestra, sino especialmente cuando es así. La razón fundamental es que, siguiendo con Jefferson (que da mucho de sí), el precio de la libertad es la eterna vigilancia, que el poder corrompe y se deteriora naturalmente y tiende, si no encuentra una decidida oposición, a ocuparlo todo. Pero hay otra razón, aunque trivial en comparación, muy importante desde el punto de vista comercial: los medios áulicos aburren mortalmente. No es extraño que los lectores huyan en desbandada, como confirma la última oleada del Estudio General de Medios.

El problema es que Gobierno y oposición son ambos poder en un sentido amplio, que sus diferencias son mucho menores de lo que pretende su retórica electoral y que, en consecuencia, dejan fuera del discurso ‘decente’ todo lo que se opone a su consenso tácito. Dicho de otro modo, la prensa proPSOE y proPP ignoran toda la realidad que se opone al estrecho modelo que los grandes partidos han consensuado. El resultado es la sangría de lectores/espectadores/oyentes, que no ha hecho más que empezar.