viernes, marzo 23, 2007

Juego de imanes

Cuando era pequeño, me fascinaban los imanes. Ponía tres o cuatro piezas sobre la mesa, las empujaba hacia el centro y, plas, cuando estaban suficientemente cerca se precipitaban unas contra otras hasta formar un solo bloque de metal. Para mantenerlas independientes, había que procurar que no se acercaran demasiado.


El poder es igual: tiende a ser uno, y lo será cada vez que las piezas –las competencias- en que intentamos dividirlo se acercan demasiado. El genio político occidental no ha estado sólo, ni principalmente, en el sufragio universal, en la elección de los gobernantes por el pueblo. Una tiranía electiva, incluso popular, es perfectamente posible, como ha demostrado la historia, y la mejor manera de que el pueblo se gobierne a sí mismo es garantizar amplias áreas de autonomía personal para que decida cómo quiere vivir y dividir el poder en poderes hasta cierto punto rivales y, en cualquier caso, distintos. Las constituciones tienen principalmente este sentido: garantizar las libertades individuales que el poder no puede anular ni recortar y limitar el poder dividiéndolo. Si Montesquieu “ha muerto” –en lapidaria frase de Alfonso Guerra-, toda constitución es papel mojado en lo importante.


Otros países, con más inteligencia política o más prevención contra el poder, eligen directamente a sus parlamentarios en unas elecciones, y a su presidente del Gobierno en otra, cada una a mediados del mandato de la otra, de modo que es habitual que uno y otro poder pertenezcan a ‘tribus’ distintas y rivales. En España, a la división de poderes le pasa lo que a mis imanes: están demasiado cerca para no convertirse en un bloque único. El legislativo elige directamente al ejecutivo –en una misma elección, para mayor desgracia-, y éste al judicial.

Las consecuencias de esto es que la división empieza siendo una mera ficción política y acaba no siendo ni eso. Cuando Zapatero ‘garantiza’ a Batasuna que podrá presentarse a las elecciones y que los tribunales no van a decir esta boca es mía al respecto, está ignorando con una desvergüenza casi de agradecer esta ficción, igual que cuando Batasuna se queja al Gobierno de lo que hacen los jueces. El resultado se llama burla de ley, como poco, o, mejor, totalitarismo democrático.