viernes, marzo 23, 2007

Nada por aquí, nada por allá

Los ayuntamientos españoles nos han devuelto el perdido encanto de la magia. Sí, la de supercalifragilísticoespialidoso, abracadabra y birlibirloque; la que transforma calabazas en carrozas y fregonas en princesas en un instante.

Digamos que tiene usted un melonar no demasiado lejos de una ciudad importante. La tierra no vale ni el esfuerzo de plantar melones, nada, una risa. Y entonces llega el concejal de Urbanismo del pueblo más cercano y -¡voilà!-, con un golpe de pluma convierte el terreno, antes rústico, en urbanizable, y ya es usted un magnate del ladrillo, le ha tocado la loto. ¿Es o no es digno de Hogwarts?

Y ahora póngase en el lugar del hombre de la varita mágica, el poderoso Midas que convierte literalmente el estiércol en oro. Quizá sea concejal en un pueblo muy pequeño, con un sueldo suficiente, pero no para tirar cohetes. Y el hombre ve cómo su varita mágica convierte en ricos de la noche a la mañana a la gente mientras a él le cuesta llegar a fin de mes, con el poder de hacer fortunas y viendo cómo se mueven los millones delante de sus narices. Y él, servidor público, tiene que contentarse con contemplar el BMW de sus sueños al otro lado del escaparate del concesionario. Mientras, los señores que saben que de su decisión depende un pelotazo multimegamillonario, le insinúan que aquí hay dinero para todos, y que el que sigue siendo pobre es porque quiere. ¿Entienden?

El PSOE ha sacado ahora un ‘decálogo contra la corrupción’ que merecería un monólogo de El club de la comedia. Con la que está cayendo tienen que poner cara de que por ahí no pasan, cuando ya han pasado y seguirán pasando. Porque si de verdad quisieran atajar la corrupción y no meramente posar para la galería, la cosa está clara: quítenle ustedes la varita mágica a unos funcionarios para que no caigan en la irresistible tentación de hacer de aprendices de brujo.