El Equipo G
Es un tópico que en el medio está la virtud, pero un tópico que, el día que se lleve a la práctica, supondrá una revolución tal como no la han visto los siglos. Y es que el hombre parece genéticamente incapaz de sustraerse a la ley del péndulo, a pasar de imponer una injusticia a remediarla, en lugar de lanzarse a la injusticia contraria.
Los ejemplos abundan. Siempre se ha dicho -en un ejemplo muy relevante en estos últimos meses- que el español siempre va detrás de un cura, o con un cirio o con un palo; supongo que la estrafalaria idea de dejar al cura en paz no se contempla. También se ha pasado en cosa de medio siglo de ver con malos ojos a la mujer que ‘abandonaba’ a sus hijos para trabajar fuera de casa a tachar de maruja descerebrada e improductiva a la que opta por ocuparse exclusivamente de su familia. No tenemos arreglo.
Pero quizá el caso más llamativo, por acelerado, de este cambio pendular se refiere a la homosexualidad. Un día se denigra y persigue a los homosexuales y al siguiente se convierten en los ídolos de la progresía, y si ayer eran invisibles e innombrables hoy les tenemos hasta en la sopa; “el amor que no se atreve a decir su nombre”, por usar palabras de un gay emblemático, Oscar Wilde, se ha convertido de la noche a la mañana en el ‘amor’ que no se calla ni debajo del agua.
La última ofensiva de esta campaña de glorificación rosa viene de Estados Unidos y aquí se llama El Equipo G, un nuevo programa de Antena 3. La idea consiste poner a un varón heterosexual en manos (figuradamente hablando) de cinco homosexuales para convertirlo en un perfecto hombre de mundo y complacer así a su mujer, novia o madre. El concepto es insultante, e incluso los colectivos gays han protestado por lo que consideran (¿adivinan?) “una presentación estereotipada de los homosexuales”. La abrumadora mayoría heterosexual, carente de colectivo que la ampare, no ha dicho esta boca es mía. Y es mejor así, porque la idea de que un hombre normal y corriente necesite la ayuda de un grupo de homosexuales en estas tareas es tan estúpida que para parodiarla basta con volver a enunciarla. La premisa implícita es que los homosexuales tienen que darnos lecciones en lo que, uno pensaría, es la tarea nuclear de la heterosexualidad; dicho de otra manera, que para ser un buen heterosexual hay que homosexualizarse un poco.
Pero hay en este programa un aspecto aún más triste: la idea de que la mejora humana es cuestión de cosmética, de mera apariencia. Para complacer a la mujer, parecen decir, basta con saber vestir, peinarse comme il faut, apreciar los buenos vinos, poner las cortinas a juego con el sofá y soltar esas pildoritas inanes de Reader’s Digest que ahora se confunden con la cultura. Hacer un Equipo C con cinco curas sería bastante esperpéntico, más conociendo ya, gracias a las sabias palabras de la vicepresidenta Fernández de la Vega, que los curas son enemigos de todo progreso. Además, podrían haber intentado inculcar al sujeto virtudes tan passées como la fidelidad, la honradez, la laboriosidad, la justicia, la fortaleza, la humildad, la caridad... Y, la verdad, donde esté un buen exfoliante facial, que se quiten todas las virtudes del mundo.
Los ejemplos abundan. Siempre se ha dicho -en un ejemplo muy relevante en estos últimos meses- que el español siempre va detrás de un cura, o con un cirio o con un palo; supongo que la estrafalaria idea de dejar al cura en paz no se contempla. También se ha pasado en cosa de medio siglo de ver con malos ojos a la mujer que ‘abandonaba’ a sus hijos para trabajar fuera de casa a tachar de maruja descerebrada e improductiva a la que opta por ocuparse exclusivamente de su familia. No tenemos arreglo.
Pero quizá el caso más llamativo, por acelerado, de este cambio pendular se refiere a la homosexualidad. Un día se denigra y persigue a los homosexuales y al siguiente se convierten en los ídolos de la progresía, y si ayer eran invisibles e innombrables hoy les tenemos hasta en la sopa; “el amor que no se atreve a decir su nombre”, por usar palabras de un gay emblemático, Oscar Wilde, se ha convertido de la noche a la mañana en el ‘amor’ que no se calla ni debajo del agua.
La última ofensiva de esta campaña de glorificación rosa viene de Estados Unidos y aquí se llama El Equipo G, un nuevo programa de Antena 3. La idea consiste poner a un varón heterosexual en manos (figuradamente hablando) de cinco homosexuales para convertirlo en un perfecto hombre de mundo y complacer así a su mujer, novia o madre. El concepto es insultante, e incluso los colectivos gays han protestado por lo que consideran (¿adivinan?) “una presentación estereotipada de los homosexuales”. La abrumadora mayoría heterosexual, carente de colectivo que la ampare, no ha dicho esta boca es mía. Y es mejor así, porque la idea de que un hombre normal y corriente necesite la ayuda de un grupo de homosexuales en estas tareas es tan estúpida que para parodiarla basta con volver a enunciarla. La premisa implícita es que los homosexuales tienen que darnos lecciones en lo que, uno pensaría, es la tarea nuclear de la heterosexualidad; dicho de otra manera, que para ser un buen heterosexual hay que homosexualizarse un poco.
Pero hay en este programa un aspecto aún más triste: la idea de que la mejora humana es cuestión de cosmética, de mera apariencia. Para complacer a la mujer, parecen decir, basta con saber vestir, peinarse comme il faut, apreciar los buenos vinos, poner las cortinas a juego con el sofá y soltar esas pildoritas inanes de Reader’s Digest que ahora se confunden con la cultura. Hacer un Equipo C con cinco curas sería bastante esperpéntico, más conociendo ya, gracias a las sabias palabras de la vicepresidenta Fernández de la Vega, que los curas son enemigos de todo progreso. Además, podrían haber intentado inculcar al sujeto virtudes tan passées como la fidelidad, la honradez, la laboriosidad, la justicia, la fortaleza, la humildad, la caridad... Y, la verdad, donde esté un buen exfoliante facial, que se quiten todas las virtudes del mundo.
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