Mis problemas con la ley
Al hacer balance del primer año de gobierno de Rodríguez Zapatero, la prensa se ha despachado a gusto, en un sentido y en otro. Hay, sin embargo, una crítica de la querría defenderle.
Se acusa al Gobierno Zapatero de inacción, de presentar y proponer al Parlamento pocas iniciativas legislativas. Pero para quien crea -y yo lo creo- que éste es un gobierno nefasto, la pereza no sólo no es un defecto, sino una virtud que casi lo redime. En cualquier caso, esta costumbre de evaluar a los gobernantes por la cantidad de leyes que aprueban o proponen, esta 'valoración al peso', me parece alarmante. Dudo, por poner un ejemplo extremo, que los judíos reprocharan a un hipotético Hitler perezoso su negligencia en la elaboración y aprobación de las Leyes de Nürenberg.
Tengo para mí que esta sobrevaloración de la ley como solución de todos los problemas tiene mucho que ver con la capacidad de atención cada vez más reducida de la gente. Me explico. En un mundo complejo, no se puede exponer debidamente una realidad social en unos pocos minutos, y mucho menos argumentar soluciones útiles en ese tiempo. Sin embargo, nuestra sociedad mediática exige defender las medidas políticas en espacios de tiempo da vez más cortos, hasta llegar a los célebres 59 segundos que dan nombre a un pograma telvisivo de debate.
La alternativa es el eslogan llamtivo y manipulador en sustitución de un argumento razonado. Sólo queda el nombre de la cosa; si la gente está de acuerdo en que algo es malo -digamos, la violencia doméstica-, basta que el gobierno apruebe una ley para combatirlo para que el pueblo la juzgue buena, con independencia de su eficacia, su alcance, su coste o sus efectos secundarios nocivos. Pero los problemas no desaparecen porque una ley lo diga, igual que los españoles de 1812 no se convirtieron en "justos y benéficos" porque así lo decretase el primer artículo de La Pepa.
Desgraciadamente, como he dicho, 59 segundos no dan para argumentar, y tampoco 45 líneas.
Se acusa al Gobierno Zapatero de inacción, de presentar y proponer al Parlamento pocas iniciativas legislativas. Pero para quien crea -y yo lo creo- que éste es un gobierno nefasto, la pereza no sólo no es un defecto, sino una virtud que casi lo redime. En cualquier caso, esta costumbre de evaluar a los gobernantes por la cantidad de leyes que aprueban o proponen, esta 'valoración al peso', me parece alarmante. Dudo, por poner un ejemplo extremo, que los judíos reprocharan a un hipotético Hitler perezoso su negligencia en la elaboración y aprobación de las Leyes de Nürenberg.
Tengo para mí que esta sobrevaloración de la ley como solución de todos los problemas tiene mucho que ver con la capacidad de atención cada vez más reducida de la gente. Me explico. En un mundo complejo, no se puede exponer debidamente una realidad social en unos pocos minutos, y mucho menos argumentar soluciones útiles en ese tiempo. Sin embargo, nuestra sociedad mediática exige defender las medidas políticas en espacios de tiempo da vez más cortos, hasta llegar a los célebres 59 segundos que dan nombre a un pograma telvisivo de debate.
La alternativa es el eslogan llamtivo y manipulador en sustitución de un argumento razonado. Sólo queda el nombre de la cosa; si la gente está de acuerdo en que algo es malo -digamos, la violencia doméstica-, basta que el gobierno apruebe una ley para combatirlo para que el pueblo la juzgue buena, con independencia de su eficacia, su alcance, su coste o sus efectos secundarios nocivos. Pero los problemas no desaparecen porque una ley lo diga, igual que los españoles de 1812 no se convirtieron en "justos y benéficos" porque así lo decretase el primer artículo de La Pepa.
Desgraciadamente, como he dicho, 59 segundos no dan para argumentar, y tampoco 45 líneas.
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