Quiérete mucho (carta del diablo)
Apreciado Isacarón: Obligados a usar aquí el lenguaje humano, estoy por decir que los pedagogos, siguiendo la magnífica labor de los psiquiatras, están a punto de dejarnos en paro a los tentadores. La psiquiatría enseñó a los padres que todo sentimiento de culpa era complejo de culpa, y ahora la pedagogía enseña a los hijos el obvio disparate de que son todos "número uno", que el mundo les debe una estima automática sin que ellos tengan que mover un dedo para ganarla.
La humanidad, ya lo hemos hablado antes en estas cartas, se mueve a bandazos, evitando afortunadamente ese punto medio que anunciaría nuestra ruina. Como en algunos existe un sentimiento de culpa que no guarda una relación proporcionada con la responsabilidad real, de ahí deduce la psicología popular que nadie es culpable de nada. De igual forma, la moderna obsesión por la autoestima en pedagogía está creando una generación de narcisistas convencidos de merecer todo lo bueno sin el menor esfuerzo y de ser incapaces de todo mal. La realidad completa la obra: cuando salen al mundo resulta, naturalmente, que no todos pueden ser número uno; que muchos, de hecho, adiestrados para despreciar todo lo que no surge de su magnífico ego, han perdido oportunidades de perfeccionamiento y la sociedad -el mercado- les pone en su sitio. El resultado es, naturalmente, rencor y sentido de injusticia adolescente.
“Doctor, mi problema es que no me quiero lo suficiente”, oí decir hace poco a un miserable. “Ya somos dos”, vi que pensaba el doctor.
La humanidad, ya lo hemos hablado antes en estas cartas, se mueve a bandazos, evitando afortunadamente ese punto medio que anunciaría nuestra ruina. Como en algunos existe un sentimiento de culpa que no guarda una relación proporcionada con la responsabilidad real, de ahí deduce la psicología popular que nadie es culpable de nada. De igual forma, la moderna obsesión por la autoestima en pedagogía está creando una generación de narcisistas convencidos de merecer todo lo bueno sin el menor esfuerzo y de ser incapaces de todo mal. La realidad completa la obra: cuando salen al mundo resulta, naturalmente, que no todos pueden ser número uno; que muchos, de hecho, adiestrados para despreciar todo lo que no surge de su magnífico ego, han perdido oportunidades de perfeccionamiento y la sociedad -el mercado- les pone en su sitio. El resultado es, naturalmente, rencor y sentido de injusticia adolescente.
“Doctor, mi problema es que no me quiero lo suficiente”, oí decir hace poco a un miserable. “Ya somos dos”, vi que pensaba el doctor.
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