lunes, junio 13, 2005

Cuentos chinos

Soy lo bastante viejo como para haber vivido –y desde un periódico económico- el tiempo en que Japón se iba a comer el mundo, empezando por Estados Unidos. Eran los ochenta, los grupos nipones compraban empresas norteamericanas como si fuesen caramelos, los gurús del management urgían al ejecutivo occidental a que adoptase los métodos y estilos del Imperio del Sol Naciente y Michael Crichton se hacía eco de esta psicosis en un best-seller que luego se llevó al cine. Luego cayó el Nikkei, el milagro japonés se desplomó casi de la noche a la mañana para no levantar cabeza y el ejecutivo occidental devolvió el kimono al armario.

Es difícil resistirse a estas modas periodísticas. Ahora la irresistible fuerza del futuro se llama China, y los periodistas la pintamos con los mismos colores apocalípticos y fatalistas de antaño: el futuro se llama Chang. Permítanme que lo dude. El chino es un régimen totalitario, paternalista y censor, y su ímpetu productivo se basa en buena medida en una mano de obra con sueldos mínimos e insostenibles y un olímpico desprecio por las leyes internacionales de propiedad intelectual y protección de marcas. A la larga, las contradicciones del ‘comunismo capitalista’ que intenta mantener China y el marasmo demográfico fruto de su política de un hijo único por pareja acabarán estallando. Y los nuevos gurús buscarán entonces alguna otra potencia emergente para no tener que pensar que nos queda hegemonía yanqui para rato.