viernes, marzo 23, 2007

Adelante

Es una canción bonita, agradable, y lo bastante popular como para haberse convertido en el ‘jingle’ de la publicidad de un gran banco y en la sintonía oficial de Operación Triunfo. Pero si quiero hablar aquí de Adelante es porque me parece, en su estribillo, el perfecto símbolo de la progresía actual.


Me refiero a que pretende, como la ideología progresista, entusiasmar con la música y un texto que, si se medita cinco segundos, resulta más bien deprimente por su absoluta vaciedad: Adelante porque no importa la meta /el destino es la promesa de seguir.../Adelante.


Las ideas son algo demasiado fuertes y comprometidas para la sociedad de hoy, que prefiere sustituirlas por consignas de significado tan general que acaben significando cualquier cosa, con un buenismo y un impulso feel good que nos libere de la funesta manía de pensar.


Pensar es lo peor. Pensar es preguntarse, por ejemplo, si no importa la meta, ¿cómo podemos saber que vamos adelante y no hacia atrás?


Por eso la modernidad política se mueve tan cómoda entre términos que jamás hacen referencia a opciones reales, a absolutos: izquierda y derecha, conservador y progresista. Si un conservador es el que quiere conservar lo que hay, ¿significa que sería stalinista con Stalin y monárquico con Luis XVI? El progresista, ¿querrá seguir cambiando cuando llegue a Utopía?


No hay palabra que tenga peor prensa que la de dogma, pero, sin una idea clara e indudable de lo que consideramos bueno, deseable, ¿qué sentido tiene hablar de progreso? Tanto valdría hablar de retroceso, porque sin un punto al que hacer referencia, con el que guardar relación, hasta el relativismo es... relativo.


Si el destino es la promesa de seguir adelante, en cualquier situación o estado, permítanme que no lo considere una bendición, sino una condena a marcha perpetua.