viernes, marzo 23, 2007

Democracia

Como puede verse en el último sondeo del CIS, casi la mitad de los consultados se muestra ‘insatisfecho’con la democracia. Unos puntos más y estaremos ante la paradoja de una oposición democrática a la democracia.

Reaccionan, los pocos medios que han llamado la atención sobre este dato, echándose las manos a la cabeza ante esta colectiva blasfemia contra la diosa Democracia.

Indudablemente, es absurdo pretender que esos resultados de verdad significan que la gente esté insatisfecha con la democracia; es como decir que alguien está insatisfecho de que le hagan caso.

Si es que nos pierden las formas y, claro, perdemos el fondo. Si democracia significa algo, significa que las opiniones, ideas, costumbres, usos e inclinaciones del la gente común se ve reflejada lo más fielmente posible en los actos de gobierno. Y pretender que esto es lo que sucede ahora en España -o en la UE- son ganas de divertirse barato.

Temo mucho que sea lo contrario: nunca se había vivido un nivel de imposición de las ideas, prejuicios, inclinaciones y costumbres de las élites sobre la gente común tan abrumadora y minuciosa como ahora. Si hay ahora un problema fácil de identificar en la vida política internacional es el abismo cada vez mayor entre gobernantes y gobernados.

Impecablemente democrático no puede ser ningún régimen en este mundo pecador, porque el representante no es idéntico al representado. Y tampoco aspiro a que la democracia moderna refleje el sentir popular como la cristiandad en el siglo XIII que, sin urnas ni partidos, conseguía que la gente se rigiera por normas que, en una proporción abrumadora, había creado ella misma y según unos principios en los que prácticamente todos creían.

Nadie que haya pasado cinco minutos en un bar, hablando con el taxista o en la cola del supermercado puede ignorar que las opiniones que la gente vierte libremente rara vez se escuchan en los parlamentos.

Al final, democracia no es que la gente elija entre Hernández y Fernández -dos versiones ligeramente diferentes de las mismas ideas- cada cuatro años, que decida, dentro de una casta bastante cerrada, a quienes habrán de imponerles leyes e instituciones, sino que la gente pueda crear instituciones, como creó las universidades -sancionadas, no creadas por el poder-, los concejos o los gremios.