viernes, marzo 23, 2007

El alcalde Ikea

Ha dicho Jaume Matas, presidente de Mallorca, del alcalde Ruiz Gallardón que tiene "una cabeza muy bien amueblada". Siempre me ha dado grima la torpeza de esta metáfora, pero me viene muy bien para explicar uno de los grandes malentendidos de la democracia.


Entiendo que, para describir una gran inteligencia, se diga de alguien que tiene una mente afilada, o que su cerebro es como una maquinaria de precisión, porque una máquina, una vez acordado para qué sirve, sólo puede ser buena o mala, mejor o peor, según se adapte o no al fin para el que se ha inventado.


Pero amueblar es una actividad de un tipo muy diverso, tanto que pertenece a un universo mental diferente: salvo para decoradores con vena hitleriana, no existe, en propiedad, una casa ‘bien amueblada’, como no existe un plato ‘muy rico’.


No hay Arzak, Adriá o Arguiñano en el mundo que me hagan comer hígado.


Mi casa está bien amueblada, a mi modo de ver, porque la he amueblado yo (bueno, mi mujer, pero eso no hace al caso), siguiendo mi gusto y cualquiera es perfectamente libre para considerarla horrorosamente amueblada.


Y ése es el problema de la democracia. Sus enemigos hablan de ella como de la razón pura, como si fuera cuestión de elegir el camino correcto que, naturalmente, lo determina mejor el más inteligente. Pero la política, el arte de organizar una sociedad, se parece más a amueblar una casa que a construir un puente, en el sentido de que lo importante es que el diseño guste a los dueños, los ciudadanos. Por eso no se somete a votación popular el trazado de una carretera, y sí los sistemas políticos.


No dudo que la cabeza del alcalde de Madrid esté amueblada como para portada de Nuevo Estilo; la cuestión es si su disposición es la que gusta a los madrileños, si es el mobiliario con el que se sienten más cómodos.