viernes, marzo 23, 2007

Libertad

No hay concepto que más ame la gente en teoría y que más aborrezca en la práctica que el de libertad. "Libertad" es una palabra que queda bien en todos los lemas, en todas las proclamas, en todos los discursos. Pero, en el mundo real, no la apreciamos en los demás y nos da miedo en nosotros mismos. Queremos licencia cuando demandamos libertad, no consecuencias. Pensamos en la libertad en los términos de la canción de Nino Bravo: "Libre, como el sol cuando amanece yo soy libre". Precioso, pero el sol es cualquier cosa menos libre; es deprimentemente predecible, puntual como el verdugo y monótono como la jornada laboral de un funcionario.

La libertad real da vértigo; es saber que la responsabilidad por el camino que escojamos será sólo, o principalmente, nuestra. Por eso tienen un éxito casi invariable las políticas gubernamentales que restringen nuestras opciones. Siempre por nuestro bien, claro. Hace días me encontré en medio de un grupo de colegas -mujeres todas, en este caso- que discutían la posibilidad de que el Gobierno obligara a las pasarelas de moda a hacer desfilar a modelos menos delgadas, con el peregrino argumento de que de algún modo ‘forzaban’ a las adolescentes a procurar una talla imposible e insana. Todas eran partidarias.

La idea de que pueda existir un canon y de que las personas normales decidan que sólo unas pocas pueden alcanzarlo y que no vale la pena jugarse la vida en el intento parecía no entrarles en la cabeza. Somos demasiado tontos para decidir por nosotros mismos (error peligroso), y el Gobierno debe decidir por nosotros (error dramático).

Qué hace al Gobierno tan listo -como si saliera de una especie animal distinta- y, sobre todo, tan desinteresado que se preocupe de lo nuestro más que nosotros mismos, nadie sabe explicármelo. Pero, por favor, que nos salve de nosotros mismos.