viernes, marzo 23, 2007

Que lo vea House

Me encanta House, aunque el argumento sigue siempre una línea idéntica: un enfermo cuyo mal no se descubre hasta el último momento, cuando ya está a punto de morir. Para alargar la intriga -y el capítulo-, la enfermedad principal tiene siempre síntomas ambiguos y causa enfermedades oportunistas o secundarias que inicialmente se confunden con la principal.


Los medios no paramos últimamente de hablar de la negociación con ETA, y está bien que lo hagamos, porque es lo que pasa ahora y porque es extraordinariamente grave. Pero si una Cameron, un Chase o un Foreman mediáticos plantease a House la negociación como la enfermedad de España, confío en que el genial médico haría girar su bastón entre sus dedos y respondería con alguna negativa ingeniosa y despectiva. La negociación con ETA es un problema, pero no es EL problema. Es el síntoma, quizá el más visible y aparatoso, de una enfermedad mucho más profunda.


La enfermedad ya la diagnosticó ese House del alma de los pueblos que es Benedicto XVI, el relativismo. El relativismo se expresa enseguida como equivalencia moral: sí, vale, el terrorismo es malo, pero, después de todo, una de cada cuatro mujeres es maltratada; es otra forma de terrorismo, otra ‘guerra’, como ha dicho Zapatero.


El relativismo ataca primero la capacidad intelectiva para anular después el sistema inmunológico. Las defensas del cuerpo social se vuelven locas y, en vez de atacar los gérmenes que buscan destruirlo, les pone la alfombra roja y se ocupa de minar los leucocitos descontrolados que aún quieren defenderse. El presidente ha descubierto que el camino más rápido para acabar con la amenaza de un ladrón es darle lo que pide, sin que le importe que eso anime a muchos más a dedicarse a tan cómoda y lucrativa tarea. Lo hace con ETA y, poniéndose la venda antes de la herida, lo está haciendo con la amenaza islámica.