viernes, marzo 23, 2007

Política en Belén

"Soy católico, y no concibo la historia sino como una sucesión de derrotas". Tras el pesimismo aparente de estas palabras de JRR Tolkien se esconde el secreto optimismo cósmico del cristiano que tan gráficamente se representa en la Navidad. Las más resonantes y recordadas victorias de Dios son siempre derrotas aparentes, como si Dios jugara siempre al escondite con los hombres -y ganara-, o como si cada una de sus proezas fuera un misterioso chiste.

Nacer en una de esas cuevas que los pastores de Judea usaban como refugio de sus ganados en invierno no es, por decirlo suave, el comienzo más prometedor para la carrera de quien ‘aspira’ a ser Rey de Reyes. Todos nos sabemos el final, y basta salir a la calle para advertir en las luces y las decoraciones que aún se recuerda ese ominoso principio, cuando las victorias de Alejandro y César y Napoleón pasan, sino olvidadas, sí al menos sin celebración. Apenas había nacido el niño en el establo y ya quería destruirlo el Poder, representado por Herodes. Un rey y su ejército contra el hijo de un carpintero: adivinen quién ganó. Cada cual puede sacar las conclusiones que quiera de todo esto, y la que quiero subrayar ahora aquí no es la más importante ni quizá la más obvia.

La mía es que aunque un católico debe participar en la vida pública y en la política, debe estar siempre en guardia contra la tentación de buscar en la política un trasunto de salvación, de construir el paraíso en la tierra. Un católico debería entrar en política como el que entra a vender seguros en un prostíbulo, sabiendo que la tentación es grande, sus fuerzas pocas y altas las probabilidades de acabar en algo muy distinto a lo que se pretendía en principio. Un católico debería ser, en cualquier partido, un correligionario incómodo, en el sentido de que un partido es una maquinaria de obtención del poder y serpenteará lo que sea necesario para obtenerlo, y el católico no puede alterar tan fácilmente sus prioridades, porque sabe que el poder no salva nunca y corrompe a menudo.