miércoles, agosto 30, 2006

Al trantrán (Carta del diablo)

Apreciado Isacarón:

¡No me lo asustes! Te veo moviendo Roma con Santiago para poner ante tu pupilo tentaciones que le lleven a pecar a lo grande. ¿Todavía estamos con ésas?

Veo que no has aprendido nada. Igual que preferimos el atolondramiento irreflexivo del que nunca se para a pensar en lo importante a los más sólidos argumentos ateos –que eso de pensar es un vicio nefasto y no se sabe adónde puede llevar-, nos conviene más que lleguen a nosotros cargados de tibieza antes que de grandes crímenes. No olvides, por lo demás, que la gracia de nuestro arte es atraerles hacia nosotros a cambio de... nada. No hay nada que podamos ofrecerles, realmente, pero esa nada debe estar cuidadosamente envuelta en misterio y atractivo.

Un gran pecado puede poner en marcha el mecanismo aherrumbrado de su conciencia y llevar al arrepentimiento y la reconciliación con el Enemigo. No queremos más Saulos de Tarso ni Magdalenas, gracias.

No: déjale en esa modorra moral, que avance al trantrán hacia nosotros, sin sustos ni alarmas. Que su ira no le lleve al asesinato, sino a hacer la vida imposible a su familia; que su envidia no consista en planificar la destrucción de sus colegas, sino en ponerles verdes; que su pereza no lleve a que le despidan –puedes incluso hacerle laborioso de 9 a 6 entre semana-, sino a ser negligente en el amor a los demás y, sobre todo, a descuidar su alma; que su soberbia no le haga ambicionar los tronos y potestades, sino que le llene de la vanidad ridícula e inconsciente que llaman amor propio; que su lujuria no se concrete en orgías, sino que adopte, en lo posible, el lenguaje del amor o, más divertido, de ‘sana libertad sexual’.

No somos quisquillosos, y aceptamos que nuestros clientes lleguen ‘a casa’ al volante de un Lamborghini; pero la gracia está en verles llegar en un Panda.

Asmodeo