domingo, mayo 28, 2006

Puro teatro

Dicen que Bela Lugosi, el Drácula del cine mudo, acabó sus días durmiendo en un ataúd y paseándose por la noche con capas de atrezzo en busca de blancos cuellos que morder. Y es sabido que Johny Weissmuller, después de interpretar a Tarzán en docenas de películas, vino a creerse el mono blanco, provocando amagos de infartos con su célebre grito, hablando con infinitivos y respondiendo con un ankawa multiusos a cada pregunta.

Un actor es un tipo que lee frases ajenas como si fueran propias, que cuando le dicen llora, llora, y cuando le dicen ríe, ríe. Lo hacen de media mejor que el resto del personal, y por eso son actores. Hasta ahí, tienen de intelectuales lo que la ministra Carmen Calvo, por usar un ejemplo eximio. Pero debe ser traumático ser tanta gente interesante durante cada función o toma y, bajado el telón, volver a ser un tipo normal.

Desde el otro lado pasa lo mismo. Uno ve cada semana El Ala Oeste de la Casa Blanca y se encuentra luego a Martin Sheen y es difícil quitarse de la cabeza que se ha topado uno con el presidente de los Estados Unidos. Y si uno ve a Jordi Rebellón -Doctor Vilches en Hospital Central- en la parada del metro, la tentación de comentarle ese dolor en la espalda que nos da por las mañanas debe ser muy fuerte. Eso explica que un grupode cómicas hagan ofrendas florales a favor de negociar con los terroristas de ETA y a nadie le extrañe y sea noticia.

En principio, un grupo de actores o actrices metidos en política no es más ni menos congruente que un colectivo de veterinarios opinando sobre la escasez de viviendas o una asociación de tapizadores manifestándose contra la política de empleo. Pero funciona la transferencia de la que hablaba antes, y que hace que los veamos, no como las faranduleras que han acabado el bachillerato y ya, sino como todos sus personajes en uno. Y al final, ¿no hay mucho teatro en esta tregua?

sábado, mayo 27, 2006

Lo que la mentira esconde

Dos caballeros victorianos discutían durante una velada cuestiones teológicas. Al cabo, la discusión se fue enardeciendo y uno de los que discutían, ante una ingeniosa réplica a la que no supo responder, arrojó al otro el contenido de su vaso de whisky a la cara. Éste, sin perder un ápice de su flema, repuso: "Eso ha sido una disgresión, caballero: estoy esperando su argumento".

En estos momentos, si esperamos argumentos en la vida pública mejor que lo hagamos sentados. Encontraremos descalificaciones, insultos, lemas, eslóganes, apelaciones al sentimentalismo o veladas amenazas -disgresiones, en suma-, pero los argumentos son demasiado complejos, demasiado laboriosos de seguir para la anquilosada mente del electorado moderno, carne de spot de 20 segundos.

Criticando la política del Gobierno en materia de inmigración, el pepero Acebes ha hecho una referencia a la seguridad ciudadana en conexión con el masivo influjo de ilegales. A estas alturas, todo el mundo, absolutamente todo el mundo, sabe que esa relación existe, sabe que hay razones de peso para que exista y no encuentra ningún problema en comentar el problema en el bar, en el taxi o en la oficina. Sólo hay una condición: nunca, nunca, nunca puede decirse públicamente. Así, el pintoresco secretario de Movimientos Sociales y Relaciones con las ONG, Pedro Zerolo, ha calificado de "despreciables" las palabras de Acebes. Y nos quedamos con eso, cuando lo interesante sería que el líder gay respondiera al popular con una ristra de datos y argumentos que demostraran irrefutablemente que Acebes se equivoca. No lo verán nuestros ojos.

Fe es creer lo que no vemos, pero los políticos modernos quieren lograr el más difícil todavía en esta cuestión y hacer de la fe debida al Estado creer en lo contrario de lo que vemos. ¿A quién vais a creer, a Zapatero o a vuestros despreciables y engañosos ojos?

Mira cómo lo siento

Es como el chiste. Sí, hombre, seguro que lo conoce: dos amigos hablando, y uno no para de darle la vara al otro, que si los de Bilbao hacemos esto, que si los de Bilbao somos lo otro, que si los de Bilbao tenemos lo de más allá... Al final, el amigo, ya harto, le recuerda: "Pero qué dices, Paco, si tú has nacido en Palencia...". A lo que el primero responde: "¡Los de Bilbao nacemos donde nos da la gana!".

Dí que sí, Paco, que ZP te apoya. En un país donde las palabras no significan nada -Zapatero pixie-, lo que cuenta es lo que uno se siente, faltaría más: España es una nación, y Cataluña, que está técnicamente dentro de España, pues también. Y espérate que no se les ponga a los del Bierzo entre ceja y ceja... Lo importante no es lo que es, sino lo que uno siente. ¿Que dos personas se sienten matrimonio, aunque los dos se llamen Manolo? Pues, hala, que vayan reservando plaza en Salones Lord Winston, que el Gobierno pone el oficiante y los papeles. ¿Que dos cónyuges sienten que como que no, que hoy me he levantado sintiéndome soltero? Pues no te prives, hijo, y te acostarás divorciado que, como decía De la Vega con esto del divorcio express, nadie te va a preguntar por qué.

Y el último paso es que uno pueda cambiar su sexo en el DNI (y a todos los demás efectos legales, claro) sin necesidad de pasar por el quirófano, con lo aparatoso que es eso. Vamos, que Manolo se puede convertir en Lola sin tomarse la molestia de afeitarse el bigote. Y así es como los socialistas anulan los peores efectos de una ley estúpida con otra todavía más estúpida. ¿Que eres varón y no puedes acceder a un puesto en el consejo de tu empresa porque hay que cumplir la cuota femenina? Fácil: vas al registro y dices que, desde hoy, en vez de Manolo eres Lola. ¿No eres lo bastante bueno para lograr el oro en una disciplina olímpica, pero estás ahí, ahí? Pues lo mismo.

miércoles, mayo 10, 2006

Europa ama a Laura...

Qué gracioso, el vídeo. Imagino que lo conocen, porque en sólo tres días se lo han bajado de Internet medio millón de personas. Es una parodia musical de un grupo de lo más rancio, de lo peor de los años sesenta, con una ridícula cancioncita titulada Amo a Laura (pero esperaré hasta el matrimonio). Ja, ja, ja, qué bueno lo suyo. No, en serio.

La verdad es que parodiar la castidad requiere tanto valor como quitarle el bolso a una centenaria en silla de ruedas y es tan contracultural como manifestarse contra el nazismo. Vamos, que si Europa y España quieren a Laura, no están dispuestas a esperar ni cinco minutos.

Echemos un vistazo a esta alegre civilización. Europa envejece a toda velocidad. No es que su tasa de natalidad esté por debajo del coeficiente de sustitución, sino que decrece a un ritmo del que ninguna civilización se ha recuperado en la historia. Desgraciadamente, el europeo se aferra como un yonqui a todas las numerosas prestaciones sociales de un Estado de Bienestar que, ay, depende para su continuidad de un modelo demográfico diametralmente opuesto, con cada generación sustancialmente más numerosa que la anterior para alimentar a los pensionistas. El déficit pretende arreglarlo con un influjo migratorio como no se había conocido en la historia, una invasión que está desestabilizando las sociedades europeas y que ya ha hecho arder París. Mientras, cada año Europa mata a un millón de niños no nacidos y, en España, la mitad de los matrimonios se deshace. Las niñas de quince años pueden adquirir con toda comodidad píldoras del día después, no vaya a ser que les pase como a Laura, y a los niños de seis años se les empieza a enseñar lo divertida que es la coyunda y el inefable milagro del sexo anal. ¿No es para partirse?

Quizá la canción pierda su gracia dentro de unos años, o que ya no tenga ninguna cuando se escuche en los Emiratos Unidos de Europa. Pero, mientras, jo, qué risa.

lunes, mayo 08, 2006

La edad de la inconsciencia

Hace menos de cien años apenas podía decirse que existiera; hace mil, ni siquiera había una palabra universalmente aceptada para nombrarla. Hoy, en cambio, parece ser la única edad del hombre en Occidente.

La adolescencia, ese periodo de transición en el que la persona tiene ya capacidades físicas e intelectuales de adulto junto a pulsiones y reacciones de niño, esa edad confusa que en casi todas las civilizaciones anteriores ha sido tan efímera que bien podía darse por inexistente, empieza ahora cuando el individuo tiene todavía en la boca el sabor de su última papilla y acaba, para muchos, sólo con la muerte.

Bien podría decirse que la madre de esta eterna edad de la inconsciencia es la abundancia, y su padre, el Estado del Bienestar. Quizá nadie hizo tanto para divinizarla como J.D. Salinger, que en su sobrevalorada novela El guardián entre el centeno convirtió para siempre a su protagonista, Holden Caulfield, en el epítome del adolescente: narcisista, ‘incomprendido’, autocompasivo, irresponsable, utópico y nihilista. Y ahora esa edad, que el mundo siempre ha intentado hacer lo más corta posible, se ha convertido en la meta ambicionada de toda una sociedad, la nuestra.

La cantan casi todas las películas que salen de la factoría de Hollywood, especialmente American Beauty, donde su guionista hace de todos los compromisos de la edad adulta otras tantas ataduras que deben cortarse para conseguir la felicidad, caiga quien caiga (que, en la vida real, suelen ser muchos).

Hoy nuestros hijos aprenden a ser sexualmente activos y económicamente ‘autónomos’ en el consumo en los primeros cursos de la ESO, y la publicidad y el Imserso anima a nuestros abuelos a que finjan ser irresponsables teenagers, empujándoles a aturdirse en un remolino de actividades de ocio programado que les sientan a sus canas como a un cristo dos pistolas. Es la enfermedad de las sociedades moribundas.

lunes, mayo 01, 2006

Primero de Mayo

Hay pocos espectáculos más patéticos que la procesión de un culto en el que ya nadie cree, empezando por los cofrades. Debe ser el suplicio de Tántalo, salir año tras año gritando con un falso entusiasmo añosos lemas que los popes de la cosa han dado ya de lado hace décadas y que para el mundo adelante suenan más camp que la canción ganadora del Festival de San Remo.

Me refiero, por si no se habían percatado, a la manifestación del Primero de Mayo, esa reliquia bostezante.

Y toda esta mascarada, este arrastrar de pies, este fingir la revolución social mirándo de reojo el reloj, caray, qué largo se hace esto, para llegar a tiempo para el aperitivo, todo para seguir en el machito, para justificar el sueldo y las prebendas de los paniaguados de un sindicalismo que ya hiede y que no representa a nadie. Pero que usted y yo pagamos, cuidado, que tiene un envidiable patrimonio, una nube de liberados que viven de no dar un palo al agua, y un sinfín de sinecuras a costa de una ideología obrerista que quedó demodée en los sesenta del siglo pasado, cuando el obrero vio que, lejos de ser empujado al hambre por las plusvalías que se embolsaba el capitalista, el jornal iba engordando hasta catapultarle a la clase media. Eso sin contar con que, en una economía avanzada de servicios como la nuestra, obreros-obreros, lo que se dice obreros, de los que trabajan sólo con las manos, van quedando poquitos entre los asalariados.

Seamos sinceros, ¿qué queda del ardor revolucionario en Cándido Méndez, un poner? ¿Le han mirado bien? ¿Alguien puede por un segundo ver en ese funcionario pancista, ese disciplinado burócrata de lo laboral, un representante de los intereses de la masa trabajadora? Para empezar, tendrían que recordarle qué es eso del trabajo, cómo se hace y lo que cuesta llegar a fin de mes. Pero para huir de todo eso es por lo que éste y el otro se ha aupado a donde están.