viernes, enero 13, 2006

Bono contra Bono

“Lo que no tiene sentido es que un ministro de Defensa arreste a un general por leer y defender la Constitución. ¡Hasta ahí podíamos llegar!”. Pues ahí hemos llegado, y si el PP, la oposición que cada vez que va a reaccionar se pisa el bajo de los pantalones y acaba en el suelo, se hace un lío y tira balones fuera, a Bono se le enfrenta la némesis perfecta: el propio Bono. Apenas tendré que contarles, porque el vídeo está corriendo como la pólvora, de boca a oreja, de e-mail a e-mail, y a esta ahora mis lectores sabrán que Bono previó casi milimétricamente lo que ha hecho el teniente general Mena para decir que, en tal caso, lo último que haría él sería arrestarle.

La Naturaleza aborrece el vacío, y ante la inoperancia del segundo partido, el PSOE ha venido a llenar el hueco y es ahora, en días alternos, Gobierno y oposición. Con los milagros que permiten las nuevas tecnologías, no es imposible que en el futuro próximo se organicen debates televisados entre un miembro del Gobierno y él mismo unos días o meses antes, debates en el Túnel del Tiempo.

Con lo mucho que hablan en televisiones y radios estos tipos y lo mucho que cambian las conveniencias e intereses de la política, no será difícil encontrar declaraciones y contradeclaraciones del mismo sujeto sobre casi cualquier tema.
En mi opinión, el asunto no da mucho más de sí. Estoy convencido de que si esas mismas palabras las dice Mena al lado de un sonriente Bono, en el telediario de la noche, nadie hubiera oído ruido de sables y la noticia no hubiera merecido otro comentario que alguno marginal, de pasada, sobre el distanciamiento de Bono de la postura del Gobierno con respecto al estatuto de Cataluña. ¡Quién nos ha visto y quién nos ve, acusando de golpista a un general por su fervor constitucional!

Pero el dueño del guiñol tira de un hilo y todos saltamos, la mitad aplaudiendo el coraje del militar y la otra mitad hablando de que los militares amenazan con sacar los tanques a la calle. ¿No hay nada en otro canal?

El complejo del PP

No acertar nunca es casi tan prodigioso como acertar siempre, y en ese sentido podemos decir que en España tenemos una oposición prodigiosa. Gobierne o se oponga, al Partido Popular parece que le ha mirado un tuerto, si no en la sensatez de sus medidas o en la eficacia de su acción política -que de todo hubo cuando gobernaron-, sí en la cosa de la imagen, en el cómo quedan, para entendernos. Y quedan casi siempre como la chata de Pumarín, consiguiendo sus reacciones el asombroso logro de cabrear a tirios y troyanos, a los de aquí y a los de enfrente.

Hay que decir que no todo el mérito es suyo, y que la prensa del Movimiento, siempre solícita, pone su granito de arena sacándoles del lado malo y cogiendo cada frase por donde quema.

Aun así, es cosa de encantamiento. Cuando se debatía la ley de equiparación de uniones homosexuales con el matrimonio, consiguieron el ‘tour de force’ de quedar como savonarolas quemasodomitas a los ojos del lobby gay y adláteres por llevar a declarar como experto a Aquilino Polaino, y como compañeros de viaje de la mafia rosa al desautorizarle. Ni carne ni pescado, ni chicha ni limonada.

Ahora repiten. Pregunten, pregunten sobre el PP en relación al arresto del Teniente General Mena. Los unos le dirán que los populares estaban poco menos que detrás del pronunciamiento, que se les ve la afición de siempre a la música militar, mientras que los otros ya denuncian que la Oposición ha dejado a los militares constitucionalistas con el culo al aire.

Querer complacer a todos es el camino más rápido y seguro para no complacer a nadie, y al PP le pierde el complejo, la envidia de progresía, que le lleva a hacer seguidismo de las políticas a las que dice oponerse, de modo que primero critican las medidas del PSOE que luego asumen como gobierno. Y para eso, ya está el propio PSOE.

martes, enero 03, 2006

Algo viejo, algo nuevo

Lo propio hacia estas fechas es hacer un balance del año que acaba o verlas venir en el año que empieza. No lo voy a hacer; me parece absurdo y aburrido. Absurdo, porque la división en años está mal hecha, acabando y empezando cuando no empieza ni acaba nada realmente; lo suyo sería empezarlo en septiembre, con un nuevo curso, que es cuando de verdad comienzan cosas nuevas. Y aburrido porque las cosas gordas suelen empezar en silencio un año, crecer en otros, ir menguando y acabar en un suspiro unos lustros y décadas después. Prefiero aprovechar la tradición para referirme a nuestros tiempos, en general.

Y, puestos a ello, tengo dos noticias, una mala y una buena. La mala es que Europa, tal como la conocemos, tiene los días contados. La buena es que no importa demasiado. Me explico. Uno podrá discutir, por ejemplo, si la mentalidad furibundamente antinatalista es o no razonable para el individuo; no entraré ahora en eso. Pero es el adiós, goodbye, aufwiedersehen para una civilización. También es defendible el multiculturalismo, el impulso de defender cualquier cultura ajena a expensas de la propia; es sólo que con él pintan bastos para el equipo de casa cuando el visitante discrepa. Tampoco tiene recorrido un Estado de Bienestar que promete más de lo que puede cumplir y convierte a los ciudadanos en niños, o el relativismo absolutista que acaba preguntándose si no será mejor para la Madre Naturaleza que nos extingamos de una vez. Y así, todo. Europa ha abrazado una cultura de muerte, se ha metido solita en un callejón sin salida, toda su imaginería intelectual es una larga carta de suicidio.

Lo bueno es que esto ya ha pasado antes. Perdimos las orillas sur y este del Mediterráneo bajo la Espada del Profeta, y fue entonces cuando los bárbaros se sumaron a Occidente; se dividió la cristiandad con Lutero, pero se abrió todo un nuevo continente, América. Europa tiene mal arreglo, pero, decía T. S. Eliot, no hay causas perdidas, porque no hay causas ganadas.

¿Hace un pitillo?

Me van a perdonar los lectores y mis jefes si no doy pie con bola en esta columna, la primera que escribo a pecho descubierto, sin enmarcar las líneas entre caladas y entreverlas tras una sutil pantalla de humo. Fumar o no fumar, seguramente, no es para tanto, aunque en un sentido es el más espiritual de los placeres ya que, al ser vacío, es el fumador quien los llena de lo que quiere o conviene, que lo mismo echamos mano de él para tranquilizarnos que para despertar las ideas; ya para aislarnos del mundanal ruido como para romper barreras sociales o iniciar amistades al calor ritual del pitillo de la paz. No es el huevo, es el fuero. Es este fascismo higienista, con su estigma social y con los no fumadores alzándose de hombros, sin advertir que la norma que hoy les elude o incluso les favorece será mañana el precedente que se usará contra ellos, contra alguna de sus libertades. Mi mujer tiene derecho a darme la vara, que es mi mujer; mi jefe lo tiene, que la barraca es suya. Pero que la ministra respete el fet diferencial de mis pulmones