viernes, abril 28, 2006

De Chita a Sra de Tarzán

¿Nunca han vivido una de esas noches de amistad, más bien pasaditas de alcohol, en las que, cercana ya la madrugada, con la mente neblinosa y las conversaciones comunes agotadas, se ve uno envuelto en una especie de competición de absurdos? Cada compañero de farra intenta ir un poco más allá en el disparate, sugerir una idea más estrambótica que la anterior, hasta que la charla se despeña por el puro esperpento a base de hipótesis enloquecidas.

Ésa es la imagen que me viene a menudo a la cabeza cuando veo en acción al actual Gobierno socialista. Casi todas sus medidas son dignas del Sombrero Loco de Alicia en el país de las maravillas, y su juego se llama “¿quién es el más progresista?”. Como el progreso está, por definición, por escribir, lo que lo define en la práctica es todo aquello que se oponga a lo que durante milenios ha sido el sentido común de la civilización y, especialísimamente, del cristianismo. Obligar a las empresas a reservar un número de consejeros a las mujeres, las tengan o no con la cualificación y la aptitud necesarias, no es más ridículo que una Ley de Violencia de Género que pone a todo varón bajo sospecha y presenta a toda mujer como incapaz de violencia, o la que permite disolver sin razones ni plazos el contrato sobre el que se basa la misma civilización (‘divorcio exprés’) mientras se exige a los inmigrantes que se casan con nacionales que den razón de su “sí, quiero”, o la que permite a dos hombres o a dos mujeres jugar a las casitas con respaldo institucional.

Pero siempre se puede ir más lejos en este juego, y aquí llega el Proyecto Gran Simio, para dar derechos (¿humanos?) a los primates. La razón es que estos animales comparten el noventa y mucho por ciento de ADN con el hombre. Se podría objetar que el material genético que comparten un muerto y un vivo es del 100%. Por lo demás, plantea una clara discriminación, ya que la calabaza comparte también una mayoría de genes con el Homo sapiens, y nadie sueña todavía con darles el derecho al voto. Pero prefiero no dar ideas...

jueves, abril 20, 2006

¿Apostamos?

LOS tiempos, don Enrique de Diego, los tiempos. El argumento que desgrana en Época, alegando que si el PP pierde su "alma" -sus bases ideológicas-, perderá, además, las elecciones es inatacable... a la larga. Pero ése es uno de los pecados originales de la partitocracia: la obsesión por el corto plazo. Cuatro años es todo su horizonte; en cinco o seis -no digamos en dos legislaturas-, todos calvos por lo que se refiere a los candidatos. En esto, y sólo en esto, yo tengo razón y don Enrique de Diego se equivoca. Vivimos tiempos en que todas las soluciones verdaderamente eficaces a los problemas que nos aquejan -a los de verdad, no a los que nos venden por tales en sus campañas- reúnen las dos condiciones que más pueden repeler a un político de partido: son de dolorosa aplicación inmediata y sus efectos no se ven enseguida. Así las cosas, preveo que el PP seguirá su alegre viaje hacia la irrelevancia política por miedo a asustar, y el hueco ideológico irá creciendo hasta que se imponga la aparición de un nuevo partido. ¿Apostamos?

La Gran Noticia

Cristo ha resucitado. Comprendo que no suena a noticia de última hora, pero no deja de ser noticia, y está en el centro mismo, no ya de nuestra fe, sino de la historia universal. Crea o no, un historiador honrado debe admitir que este hecho ha cambiado el mundo como ningún otro.

De hecho, el mensaje cristiano no se extendió como la pólvora porque anunciara que Dios es amor o que hay que perdonar a nuestros enemigos. Por sí solas, esas dos sensacionales afirmaciones suenan demasiado hermosas para ser verdad. No: el mensaje ‘gancho’ era más sencillo, más inmediato, más carnal: un carpintero de un rincón perdido del Imperio murió y ahora vive. No metafóricamente, no en espíritu, o en su mensaje: físicamente, ante muchos testigos que lo habían visto morir una muerte infamante y terrible y que ahora le veían comiendo pescado y hablando con ellos. Dejándose tocar, incluso. Y estos testigos estaban lo bastante seguros de lo que habían visto como para sufrir alegremente la muerte entre atroces suplicios.

La muerte ha sido siempre la Gran Frontera. Todos los planes y lo sueños y las instituciones de los hombres chocaban con esa barrera implacable y misteriosa que convertía en sombra y cenizas sus más nobles metas. Había mitos, claro, y teorías de filósofos, pero nadie había vuelto del otro lado. Hasta la resurrección de Jesús. Desde entonces, comprensiblemente, nada ha vuelto a ser igual.

Por eso, la vuelta al paganismo que defienden muchos y temen algunos no es meramente errónea: es imposible. El pagano verdadero, el pagano histórico, era un hombre que hacía una pregunta. Cristo era la respuesta. A partir de ahí, sólo cabe seguirle o negarle, pero ya no existe la opción de ignorarle. Aun rechazando la fe que los justifica, los modernos conceptos de libertad, de igualdad o de la dignidad de toda vida humana proceden del mensaje del resucitado. Sólo nos queda confiar en que el neopaganismo agote su propia lógica y acabe como acabó el paganismo clásico: convirtiéndose al cristianismo.

miércoles, abril 12, 2006

El suicidio silencioso de Europa

Es curioso cómo los cronistas de todas las épocas logran casi unánimemente pasar por alto la noticia más importante, el dato definitorio y clave de sus civilizaciones mientras se excitan y alborotan con lo inmediato y pasajero. Los cronistas de nuestra época somos los periodistas, y también dejamos para páginas interiores la noticia de portada de hoy: Europa tiene los días contados porque no tiene hijos. La aritmética es tan sencilla que está al alcance de un alumno de la ESO, es sólo sumar. O, más bien, restar.

Buena parte de lo que venimos llamando vagamente Occidente no sobrevivirá a este siglo, y lo más significativo y reconocible de muchos de los países europeos desaparecerá en vida de algunos de los que nos leen. El reto es tan grave como urgente, literalmente, cuestión de vida o muerte. Y si la esterilidad de Europa ya sería nefasta en cualquier caso, la estructura de los Estados de bienestar sobre la que está construida nuestra moderna civilización promete convertirla en una catástrofe.

En pocas palabras, el fallo de origen del moderno Estado laico de bienestar es que exige una tasa de natalidad para sostenerse que sólo se observa en sociedades religiosas. Con independencia de que se tenga o no fe, es un dato de la experiencia inmediata que lo que prevé para el hombre el cristianismo -o, si se prefiere, casi cualquier religión existente- da a la civilización más futuro y más probabilidades de supervivencia que el racionalismo poscristiano. Como informamos en este mismo número y según datos del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (MTSA, 2005), la Seguridad Social entrará en déficit en 2015, fecha que anticipa a 2011 el Instituto de Estudios Fiscales. El fondo de previsión constituido, que en la actualidad se acerca a los 27.000 millones de euros, compensará el déficit unos años, hasta 2020 aproximadamente. Con el actual sistema de reparto, por el que los trabajadores de hoy pagan las pensiones de los jubilados de hoy, el modelo entero se basa en una pirámide de población con una amplia base, es decir, en que la población activa sea siempre sustancialmente más numerosa que la pasiva, justo lo contrario de lo que va a pasar dentro de no muchos años.

La inmigración, el parche urgente al que están recurriendo todos los países europeos, no está exenta de riesgos sociales y culturales, algunos de los cuales ya se adivinan; no sólo es una amenaza evidente a la cohesión cultural y a la identidad histórica de los países de Occidente cuando se produce en contingentes demasiado numerosos para lograr su integración y evitar la formación de guetos; es, además, una solución a corto plazo, ya que el virus maltusiano acabaría inoculándose fatalmente en los nuevos europeos de no producirse una regeneración moral y un vigoroso golpe de timón.

En el centro de todo este desafío está la familia, cuyo destino determina ineludiblemente el destino de nuestra civilización toda. Y las noticias no son buenas. Lejos de aplicarse políticas que afiancen la familia, que estimulen la natalidad y alivien las cargas de quienes construyen los europeos del futuro, los Gobiernos occidentales se obstinan en desanimar el compromiso, la unión familiar y el natural deseo de hijos, en una verdadera cultura de la muerte.

El futuro es nuestro

Es una inexorable ley de la historia política que los revolucionarios de ayer se conviertan en los conservadores de hoy; que quienes defendían hace unos años un ideario con el marchamo de ‘nuevo’ -una de las dos palabras con más gancho vendedor, según los publicitarios- se aferren a él cuando ya no lo es, por el sencillo método de remozarlo aquí y allá, tratando de vendernos género podrido haciéndolo pasar por fresco.

Occidente se encuentra en los últimos metros de un callejón sin salida en el que nuestras élites nos han metido jurándonos que era en realidad el camino a los ‘mañanas que cantan’ (expresión maoísta que no tiene nada que ver con los cantamañanas), a la Nueva Jerusalén progresista. Pero el modelo se agota a ojos de todos, ya el pueblo ha visto al hombre detrás de la cortina y esto no da para más. En un giro histórico lleno de ironía, el ultralaicismo occidental se ha dado de bruces con su némesis perfecta, el fundamentalismo islámico, y le ha faltado tiempo para enarbolar la bandera blanca, sin nada que oponer a las sencillas certezas del rival sino un puñado de dudas.

Ya no valen remiendos. Hay que cambiar un paradigma que hiede. La mala noticia es que nuestras élites, las que nos cuentan cada mañana cómo son las cosas, tienen un interés directo, inmediato y muy poderoso en que sigamos creyendo que lo nuevo y lo moderno (marca registrada) son ellos de una vez para siempre; que es lo que hay y que más nos conviene aprender a amar la tónica. La buena noticia es que la tribu laicista se extingue siguiendo su propia lógica interna. Si el hombre es “una pasión inútil”, reproducirse es una crueldad; si el planeta está mejor sin nuestra predatoria presencia, tener hijos es casi un crimen. Y difícilmente puede ser el futuro una sociedad sin gente. El futuro es de quienes tienen la suficiente fe en la vida -más aún: en la continuidad de la vida tras la muerte- como para traerla al mundo, como para protegerla hasta el último individuo. El futuro, aunque suene pretencioso, es nuestro.

La estrategia del PP

SÉ que mi admirado Enrique de Diego no estará de acuerdo, pero empiezo a pensar que el PP no se equivoca, desde el punto de vista electoral, en su irritante estrategia de convertirse en un PSOE bajo en calorías. La idea de quienes nos oponemos a este proyecto seguidista, acomplejado y tímido que se opone a todo en la oposición y mantiene todo cuando llega al Gobierno va como sigue: el votante partidario de esos conceptos claros que el PP apenas defiende o no defiende en absoluto acabará no votándolo, mientras que quien se oponga a este ideario preferirá el artículo genuino, el PSOE, a la mala copia desleída. Pero el electorado no es tan cartesiano, y la política aquí es más cuestión de tribus, de los colores, que de ideas. Los votantes peperos de toda la vida se taparán la nariz y seguirán votando a la versión light de su partido, mientras que un PP de ideas claras y firmes podría movilizar y sacar de casa a un abstencionista clásico de tendencias vagamente izquierdistas. Es la ley de hierro de la partitocracia, don Enrique.