miércoles, noviembre 30, 2005

El gesto

Nunca ha sido tan fácil como hoy ser bueno. Y, ya puestos, culto, sensible y listo. En épocas más oscuras y supersticiosas, felizmente superadas, había que hacer el bien para ser juzgado bueno, estudiar para ser culto, nacer y pulirse para ser sensible o listo.

Qué atraso. Ahora lo que vale es el gesto. Decir las palabras apropiadas, apuntarse a las causas de moda, alabar al numerus clausus de las figuras consagradas, del santoral laico y debidamente certificado. Los santones del pensamiento único lo han hecho posible, ya se puede ser solidario sin el engorro de pensar en los demás o, supremo horror, tomarse un interés real por personas reales; preocuparse por las próximas generaciones es afiliarse a Greenpeace (o, sencillamente, apoyarlo vagamente), no, como parecería lógico, engendrarlas; gritar “¡paz, paz!”, firmar los manifiestos adecuados, nos exime de la molestia de trabajar por ella; ser indiferentes ante lo que nos importa y en realidad aprobamos nos hace magníficamente tolerantes. Que luego no haya nada tras esos gestos es lo de menos, nada importa que los resultados sean inexistentes o se den de bofetadas con lo pretendido, que sea peor el remedio que la enfermedad. Preocuparse por las mujeres maltratadas es hacer una Ley de Violencia de Género, da igual si sirve, si reduce o no las agresiones, si crea inseguridad jurídica, si crea más problemas que lo que resuelve. Importa el gesto.

El presidente de este gobierno adolescente, ese indigente neuronal que es el epítome de lo huero, el rey del cartón piedra, lo ha resumido a la perfección con su “¡Hay que cerrar algo como sea!” en la Cumbre Euromediterránea de Barcelona. Si alguna vez Su Majestad ennoblece a ZP con un título, ésta debería ser su divisa; ninguna frase le retrata tan bien, a él y a su esperpéntico gobierno. Como sea. Lo que sea. Qué importa si de esta cumbre sale algo bueno, algo útil, algo eficaz. Lo que importa es que nuestro presidente se venga con un acuerdo -papel mojado- bajo el brazo; que haga el gesto.

viernes, noviembre 25, 2005

Presente condicional

Ser locutor o periodista en la URSS de Stalin debía de ser una actividad de infarto. Uno no sólo debía estar preparado para defender con ardor la siempre cambiante línea del partido, no sólo había que presentar con convicción lo contrario de lo que se dijo ayer, sino que tenía que parecer que la nueva postura había sido la postura de siempre. En la URSS, se decía entonces, el futuro es previsible; es el pasado el que está siempre cambiando.

Hoy es la élite intelectual de Occidente la que tiene que madrugar y leer el parte a primera hora para saber qué idea unánime de ayer es hoy inadmisible, extremista y medieval. Hay, es cierto, un atajo, un medio casi infalible de no equivocarse y andar siempre en la vanguardia del progreso (doble metáfora que debería valerme el despido): piense en ideas de Perogrullo, conceptos de sentido común, obviedades y convicciones unánimes de todo Occidente y opine lo contrario. Dos contra uno a que acierta.

Pero la precipitación por atacar la sabiduría común desde todos los lados posibles, el amontonamiento de novedades, genera un caos ideológico que sólo los más hábiles pueden sortear sin riesgo y que exige una casuística que haría las delicias del más alambicado jesuita clásico. Por ejemplo, todos sabemos que la Naturaleza es una damisela maltratada por el hombre, verdadero virus del planeta, y que nada hay peor que atentar contra especies protegidas. Pero también sabemos que los pueblos indígenas son siempre más sabios y mejores que el hombre blanco. Pregunta para nota: si los indígenas reivindican su derecho ancestral a cazar orcas en Canadá, ¿qué salomónica decisión puede tomarse? La violencia de género (masculino, se entiende) está sólo un escalón por debajo del genocidio. El Islam es una religión de paz y las costumbres de cualquier grupo étnico y religioso no occidental ni cristiano son sacrosantas. ¿Cómo se reacciona a la ‘tradición’ de disciplinar a la esposa rebelde?

Uno no sabe si reír o llorar ante los síntomas intelectuales ante el deseo de muerte de Occidente.

miércoles, noviembre 16, 2005

Ojalá

Ojalá. Ojalá el Gobierno cierre el grifo; ojalá la Iglesia no reciba un euro más de sus enemigos jurados, de quienes la desprecian y usan el presupuesto a modo de palo y zanahoria -que te doy, que te quito- para asegurarse una Iglesia dócil y complaciente con el Poder.

Me llamarán demagogo, me dirán que no es práctico, que el mucho bien que hace la Iglesia necesita mucho dinero y que los fieles no damos abasto con lo que ya tenemos que pagar a Papá Estado.

Entonces, cuando el Estado tenga que hacerse cargo de la ingente labor social, educativa y sanitaria que le ahorra la Iglesia, a ver cómo explican De la Vega, Caldera o el inefable Pepiño que esos codiciosos católicos eran, en realidad, un chollo presupuestario y social.

Por mi parte, prefiero una Iglesia pobre, pero libre, y unos católicos que tengan claro que la Iglesia es cosa suya, no ‘de los curas’ ni de los obispos, y se rasquen el bolsillo. Que de una vez nos enteremos los católicos que Cristo no vino a fundar una enorme ONG. Y que cada palo aguante su vela.

viernes, noviembre 11, 2005

Los réditos de la violencia

Quienes dicen que no se consigue nada con la violencia están, imagino, expresando un deseo. Lo que desde luego no hacen es describir la realidad, mucho más cercana a la máxima de Carlos Marx según la cual la violencia es la partera de la Historia. Pero los periodistas, incluso cuando opinamos, debemos tener mucho cuidado en distinguir entre cómo es el mundo y cómo querríamos que fuese. Y, en el mundo real, la violencia funciona.

Si no, que se lo digan a los vándalos franceses. Jacques Chirac ha declarado que los revoltosos merecen “respeto”. Por su parte, el primer ministro francés, Monsieur de Villepin, ha anunciado una serie de medidas que incluyen la ‘reserva’ de 20.000 puestos de trabajo en la Administración para jóvenes de los banlieues y cien millones de euros adicionales en subvenciones a ‘asociaciones’ de las ciudades-dormitorio de donde partió la revuelta. No parece una medida muy inteligente la de las autoridades francesas, aunque sólo fuera porque está usando como terapia más dosis de la misma enfermedad. Cuando la causa de los disturbios es un grupo demográfico alienado con una tasa de paro entre el 50 y el 60 por ciento y una economía ultrarregulada que restringe la movilidad social, tirar aún más de subsidio es como intentar apagar un incendio con gasolina.

Pero la ceguera de pretender arreglarlo todo con la polvora del rey del erario público es pura clarividencia al lado de lo que supone responder con concesiones y prebendas a la violencia de un grupo que ya ha dejado claro en muchas ocasiones que no siente más que desprecio y rencor hacia el país que les ha acogido. A ver si lo entiendo: yo, joven inmigrante de Clichy-sous-bois, quemo un coche y me gano el respeto del presidente de la Republique, millones en subvenciones y un trabajo seguro de funcionario. ¿No sería comprensible que asociara lo uno con lo otro y que, la próxima vez que quiera conseguir algo, vuelva a quemar todo el parque móvil de París?

Otra frase repetida hasta la saciedad es que la violencia engendra violencia. Bueno, no siempre; a veces engendra miedo y rendición.

miércoles, noviembre 09, 2005

Europa sin alma

Es bien sabido que la naturaleza aborrece el vacío, y debería serlo que no hay alianza posible entre una fe y una duda.

Con independencia del cúmulo de factores coyunturales que alimentan el preocupante conflicto que mantiene a Francia en estado de sitio -una política de inmigración irresponsable y caótica, un intervencionismo agobiante que debilita los lazos familiares e infantiliza a sus benefactores y un consumismo que crea expectativas imposibles-, lo que subyace a este enfrentamiento es el vacío moral de Europa, “el abandono y la negación -por decir con palabras de Benedicto XVI- de lo que nos es propio”.

La prosperidad económica y la estabilidad democrática no han sido nunca sustitutos de una visión compartida del mundo, y la historia nos enseña que las civilizaciones no mueren cuando decae su poderío económico y militar, sino cuando pierden su alma. Occidente se ha rendido al más estúpido de los dogmas, el multiculturalismo, según el cual cualquier cultura es tan válida como cualquier otra, con el añadido tácito y masoquista de que cualquiera es mejor que la nuestra.

Negar nuestra raíces cristianas en el proyecto de constitución europea es peor que una mentira; es un error potencialmente fatal.

martes, noviembre 08, 2005

Nada arde como la 'madera de santo' (carta del diablo)

Apreciado Isacarón:

Lo que los mortales llaman ‘bocato di cardinale’ es para nosotros un buen bocado de ‘santo’. No te asustes y fíjate en las comillas: no me refiero, claro, a las almas que están ya con Él. Tampoco me refiero a la legión de quienes hacen lo contrario de lo que predican y a quienes el mundo, que no da una, llama equivocadamente hipócritas. Un hipócrita no es quien hace lo contrario de lo que predica; eso es ser, sencillamente, débil y pecador. Un incoherente, vamos, que es lo que todos ellos son en algún momento de su vida. Un hipócrita es el que predica lo contrario de lo que cree.

No, lo más bonito es hacerse con el que está bien formado, tiene virtudes, ha vencido o vence habitualmente las tentaciones del mundo -las ideas de moda, las apariencias, el poder- y las de la carne. ¡Incluso reza! No desesperes con ése; recuerda a Juan Crisóstomo con aquello de que ‘un carro cargado de pecados y conducido por la humildad lleva al cielo, y un carro cargado de virtudes y conducido por la soberbia lleva al infierno’. Ataca por ahí.

Hazle ver lo condenadamente bueno que es, que vea a su vecino holgazanear mientras él trabaja, ir de fulanas mientras él se mantiene fiel, torcerse y vacilar con los vientos de este mundo mientras él es fiel, y constante... Y tan bueno. No es difícil, porque siempre es más fácil engañar con la verdad. Paciencia, y verás torcerse su gesto como el del hermano mayor del hijo pródigo, reclamando su ternero cebado.

Asmodeo

'Banlieus au feu'

¿Cuántas ciudades europeas tendrán que arder antes de que la elite occidental deje de cerrar los ojos ante lo evidente y de basar su política exterior e interior en la mentira? El multiculturalismo, esa ideología sin padre que se ha convertido en el más estúpido y suicida dogma de nuestra civilización, no puede sostenerse ni cinco minutos en teoría y da desastrosos frutos en la práctica. La insidiosa teoría es que todas las culturas son igualmente valiosas, con el presupuesto tácito de que cualquiera es superior a la nuestra, de modo que la ablación del clítoris es tan legítimo como la igualdad ante la ley. En realidad, no es más que una expresión difusa del deseo de muerte que parece haber invadido nuestra cultura. Ahora tenemos que suponer que la Francia en llamas es una sorpresa que nadie podía prever. Al contrario: es el resultado de aplicar cuidadosamente una receta, Banlieus au feu. Aquí la tienen:
- Tómense abundantes grupos de inmigrantes culturalmente remotos, preferiblemente islámicos y con tasas de natalidad muy superiores a la población anfitriona.
- Distribúyanse dichos inmigrantes en ciudades-dormitorio de viviendas sociales rodeando las grandes ciudades, de forma que sean mayoría en ellas y formen guetos.
- Rocíeseles con subvenciones y subsidios a mansalva, de modo que se acostumbren a recibirlo todo del Estado, de la cuna a la tumba, y no sientan tentaciones de contribuir a la cultura, economía o sociedad anfitriona.
- Póngase a los santones de la cultura (perdón, la Culture) a ignorar o, mejor, defender y halagar cualquier conducta antisocial de las poblaciones citadas ?Oh, la multiculturalité!- a fin de que se sientan con derecho a todo y deberes hacia nadie.
- Déjese calentando a fuego lento hasta llegar a la segunda o tercera generación, de modo que el intervencionismo estatal y el consumismo hayan disuelto las estructuras familiares y el tiempo haya acabado con las distintas lealtades nacionales de origen. Et voilà!

domingo, noviembre 06, 2005

Veo, veo

Lo mismo, pero más. Así ve el futuro Andrés Ortega en un ejercicio de (escasa) imaginación en El País, Así será el mundo de doña Leonor .

Como suele suceder en estos casos, el ‘reportaje’ no nos dice una sola palabra fiable de cómo será España y el mundo en la mayoría de edad de la Infanta, pero sí, y mucho, de la cosmovisión del Grupo Prisa, el País de las Maravillas en versión Polanco.

De los fenómenos más fáciles de predecir, porque son habas contadas -la debacle demográfica-, no nos dice nada el autor, salvo un rapidísimo e inexplicado entre 2010 y 2020 llegó la quiebra de las pensiones. Vamos, como el Katrina. Que haya que pagar mucho más y que lo paguen en buena medida jóvenes inmigrantes que no tienen razones culturales para sentir lealtad hacia los jubilados españoles por mor de la multiculturalidad no dice nada Ortega; ni lo de París parece abrirle los ojos al profeta de Prisa.

París y la Alianza de Civilizaciones

Uno de los placeres más mezquinos, pero indisputablemente real -o, si se prefiere, uno de los dolores más oscuramente placenteros- es el que se encierra en la frase “te lo dije”, cuando uno ve desde el aire con toda claridad dos trenes en curso de colisión, lo advierte, las autoridades lo ignoran o le tratan a uno de catastrofista y el accidente, al final, se produce.

La gente suele preferir la esperanza ideológica a la experiencia o al sentido común. Sin novedad en el frente multicultural es la consigna, aunque arda París, aunque la tolerancia y la aceptación estén siempre de un solo lado y la capital francesa se haya rodeado de una red de guetos islámicos donde se cultiva pacientemente la yihad y el confuso odio a un Estado anfitrión que ha tratado de pagar con subvenciones el privilegio de mirar hacia otro lado y seguir jugando a la alianza de civilizaciones. Ahora quizá sea tarde.

miércoles, noviembre 02, 2005

Los buenos y los malos

Mi abuelo materno era una de las personas más intelectualmente curiosas que he conocido, genuinamente respetuoso con todos, encantador y sociable. Era, además, fascista. No facha, no de derechas: fascista.

En teoría, las ideologías políticas son fórmulas para organizar el gobierno de una comunidad. En la práctica, sin embargo, son etiquetas identificativas que arrastran un montón de connotaciones sociales y, lo que es peor, categorías morales. Así, a la izquierda, que en principio es sólo un conjunto de teorías sociales y políticas sobre cómo debería organizarse la comunidad, se le ha acabado atribuyendo de modo inconsciente una serie de cualidades y virtudes que en realidad sólo pueden corresponder a las personas, a los individuos: tolerancia, apertura mental, solidaridad, generosidad, compasión, sensibilidad (tanto artística como social).

Esto es, naturalmente, absurdo. Cualquiera puede juzgar conveniente o desastroso dar una preeminencia a lo colectivo sobre lo individual con independencia de sus virtudes personales. Pero la asociación de ideas ha echado raíces en nuestra civilización -y no por casualidad- y es casi imposible sustraerse a sus consecuencias.

De esta manera, declararse de izquierdas es autoproclamarse bueno y listo, lo que explica que los izquierdistas confiesen serlo con mal disimulado orgullo mientras los de derechas huyen de esa denomimación como si quemara y se refugian en el limbo centrista para evitar confesarse tontos y malos (es decir, de derechas). Eso explica, además, que ser de izquierdas no haya perdido apenas su popularidad a pesar de los doscientos millones de víctimas directas de los regímenes abiertamente izquierdistas (que no podían serlo, claro, porque eran malos), a pesar del fracaso espectacular de todas las recetas económicas de la izquierda, a pesar de que los socialistas supervivientes y triunfantes han renunciado a lo suyo y han hecho suyos los mecanismos ‘derechistas’ sin ningún rubor y sin darles su nombre.

Los pañales de Leonor

Creo que no hace falta ser un jacobino furioso -yo no lo soy- para sentir vergüenza ajena ante el arrobo extático y obsesivo con que los medios al uso han cubierto el natalicio regio.

Hay mucho bueno que decir en favor del ideal monárquico; también hay buenos argumentos para defender la república. Lo insoportable, lo incomprensible, el quieroynopuedo es este anarrosismo real, esta zalamera corte de papel couché que aprieta los morritos en un gesto de maternal ternura para hacer diluviar sobre el público las anécdotas más inanes como si fueran reveladoras, las declaraciones más precipitadas y hueras como si merecieran grabarse en letras de oro.

Hace unos siglos -pocos- se decía que "las reinas de España no tienen piernas"; hoy tenemos que conocer el contenido de los pañales de la nueva infanta. Ni tanto ni tan calvo.

"La lógica de los tiempos" -dicen que ha dicho el Príncipe- indican que Leonor será reina. Hombre, si hablamos de la lógica de los tiempos, lo que parece indicar es un destino bien distinto...