miércoles, febrero 23, 2005

Nieve

Esta mañana en Madrid sabemos algo que ignoran en toda Escandinavia, que los canadienses desconocen y de lo que en Siberia no se tiene ni idea remota. Hoy en Madrid sabemos qué es la nieve.

Las cosas sólo se nos revelan una vez, la primera vez que las vemos. La repetición las desdibuja y el hábito las hace invisibles. Sólo los niños entienden la repetición gozosa.

De la retahíla de penas que nos dejó la Caida, el Gran Naufragio, quizá la más característica de nuestro estado es ese dolor fofo y desleído, sin brillo ni grandeza, que llamamos aburrimiento. El nombre del secreto del cielo es Estupor, y en nosotros cada vez que miramos es como si hiciésemos fotocopias en una máquina defectuosa, de modo que la segunda vez es peor y la enémisa apenas se lee.

Esta mañana he pasado caminando junto a un colegio, y en la acera un grupo de esos preadolescentes que han aprendido en la tele y las revistas a despreciar su propia inocencia y jugar a ser más viejos y gastados de lo que serán en años olvidaban todo disfraz para tirarse bolas de nieve gritando del puro gozo de estar vivo y de que el mundo sea otra vez nuevo. Me ha tentado unirme a ellos y pasarme la mañana jugando con la nieve, con lo elemental y primario.

martes, febrero 22, 2005

El hombre que pudo reinar

Querido papá:

(Sí, ya sé que no te llamaba “papá” desde los 12 años. También dejé de darte un beso de buenas noches, como hacían mis hermanos, y te daba la mano. Prefiero no pensar qué sacaría Freud de todo esto. A ti te hacía gracia: las rarezas de Carlos. Pero volví a llamarte “papá” al final, cuando quizá ya no podías oírme).

La semana pasada me encontré por la calle a uno de tus viejos amigos y, por enésima vez, tuve que escuchar el habitual “¡cómo te pareces a tu padre!”, y volví a tener esa incómoda sensación, mezcla de orgullo y de vergüenza. Desvío rápidamente la conversación, sintiéndome un usurpador que te hubiera robado los rasgos físicos para encubrir una personalidad muy distinta.
Al menos, siempre lo había sentido así. Ahora, ya no lo tengo tan claro. Has tenido que morirte para ver ese parecido en mil detalles, pequeños y no tan pequeños, que no tienen nada que ver con lo físico.

Ayudé a Javi a ordenar tus cosas del despacho, entré en tu ordenador. Con lo metódico que siempre has sido y con un año para preparar tu muerte, pensé que lo encontraría todo cerrado, acabado, listo. Por eso me emocionó encontrar tantas cosas tuyas a medias, como si la muerte fuera una llamada telefónica que te obligara a dejarlo todo a la mitad, con la esperanza de volver a acabarlo.

Me gustó. Te vi más cercano que nunca en nuestras vidas. Vi la señal en el libro sobre Isabel II por la página 23: lo acababas de empezar. Vi a medias una de tus interminables partidas en el juego de simulación del PC. Me sorprendió el esquema de unas monumentales novelas sobre la Colonización de América que esperabas escribir (¿cuándo?), un esquema casi idéntico a los que yo he usado mil veces. Me atreví a entrar en las tripas más íntimas de tu PC, en tus oraciones (¿quién más podría desnudar su alma ante Dios en formato .doc?). Era como leer a un niño; a un niño minucioso, pero sin la menor nota de disimulo o autojustificación.

Nunca te dije. Supongo que es una experiencia común, no haber podido decir al muerto todo lo que uno quiso, pero eso no me consuela. Yo no era Juanchi, el mayor, el que hizo tu misma carrera, con el que tan bien te entendías; tampoco Javi, el pequeño, el encantador, que trabajó contigo los últimos años. Yo estaba en medio y tenía la sensación PERMANENTE de defraudarte.

Sería injusto decir que fuiste un padre distante. Simplemente, eran otros tiempos, somos cinco hijos, no eras muy niñero y te pasabas el día trabajando. Pero te reconozco que he envidiado a mis hijos cuando los veía contigo, tan abuelo, tan tierno, tan interesado en sus pequeñas cosas.
Papa, ¿sabes cuál fue el día más feliz de mi infancia/adolescencia? Tenía doce años. Era verano. Mamá y los otros estaban fuera, de veraneo. Yo había suspendido y me quedaba en Madrid contigo, que estabas trabajando. Una tarde llegaste y me propusiste ir al cine. El hombre que pudo reinar. Luego nos fuimos a cenar fuera. Era la primera, la única vez que te tuve para mí solo, haciendo algo que nos gustaba a los dos.

Luego hemos hablado mil veces, durante horas, de todo lo divino y de lo humano, en esas ruidosas discusiones que mamá confundía con peleas. Me sonreías cuando me veías llegar, como quien espera a un contrincante para la eterna partida de ajedrez.

Pero, tanto que hablamos y me olvidé decirte todo eso para lo que siempre pensamos que aun queda tiempo, que siempre queda tiempo. Cómo he querido siempre que te sintieras orgulloso de mí, oírte decir: “lo has hecho bien, hijo”.

Y te lo dije todo de golpe, a borbotones, acallando tu respiración agonizante y rápida, mirando un cuerpo tan pequeño, tan lejano de la imponente figura de mi padre. Tú sólo pudiste apretarme débilmente la mano.

miércoles, febrero 16, 2005

¡Oh, el amor!

Enamorarse es muy divertido. No, de verdad: es una experiencia que recomiendo a cualquiera. Es algo así como un colocón bastante agradable y algo más duradero. Pero es un fenómeno más bien frívolo. De hecho, si bajara mañana un marciano con someras nociones de anatomía humana y se le describieran los síntomas de un enamorado, probablemente lo incluiría entre las patologías benignas o entre las intoxicaciones con estupefacientes.

Como digo, el fenómeno está muy bien, es muy de agradecer que exista, y no tendría nada que decir si no fuera porque, de un tiempo a esta parte -digamos, los dos últimos siglos-, se ha venido presentando como una condición sine qua non para la permanencia del matrimonio. Hay por el mundo historias verdaderamente espeluznantes de matrimonios desgraciados, de maridos y mujeres que beben y engañan, de malos tratos y otras tragedias a las que uno no se acercaría sin temblar. Por eso, cuando se oye a un casado alegar como único motivo para desdecirse de sus votos matrimoniales que "se acabó el amor", como si estuviera hablando del depósito de gasolina de su coche, dan ganas de contestar: ¿Y qué tiene que ver eso con tu matrimonio?

Cuando uno se casa, promete entregarse al otro de forma exclusiva y permanente, no estar permanentemente enamorado. Sería absurdo: nadie se hace un vestido especial y carísimo, reúne a un cura y a cientos de invitados para jurar ante Dios y ante los hombres pasárselo siempre bomba. A un enamorado no se le ocurre nada mejor que estar junto al ser amado; ¿para qué, entonces, comprometerse a hacerlo?

El matrimonio es un voto precisamente porque no siempre vamos a estar suspirando al ver a nuestro cónyuge, mucho menos porque el otro o la otra vayan a hacernos felices. Ninguna criatura puede hacernos felices. Tiene sentido comprometerse, más bien, porque -si nuestro matrimonio es normal- vamos a tener ganas de estrangular al otro o a la otra muchas veces. Esa es la promesa heróica.

martes, febrero 15, 2005

La cruz (Carta del Diablo)

Me dices que te preocupan las inquietudes que están naciendo en el alma que te ha sido asignada, sobre todo ahora en Cuaresma. Tengo la solución: acércalo a la cruz. Ya sé, ya sé: se supone que nosotros huimos de la cruz. Pero el lenguaje humano es tan burdo –todo su sistema de representación, en realidad- que podemos engañarles con las mismas frases de la verdad, variando sutilmente su sentido.

Entiéndeme: acércale a la cruz pero evita a toda costa al Crucificado. Queremos que vea el Dolor divorciado del Amor. Vamos, no es difícil: toda la cultura nos ayuda a presentar las hordas del Enemigo como una religión sombría, como un culto masoquista que odia la vida y aborrece el placer. Ponle delante de ese instrumento de tortura, dile que es ahí donde el Enemigo quiere verle y, por favor, combate cualquier insinuación sobre el sentido del Gran Sacrificio.El hombre siempre ha aborrecido el dolor, pero durante muchos siglos ha entendido o intuido la idea de sacrificio. Ahora, gracias a nuestros denodados esfuerzos, “sacrificio” es algo peor que un término odioso: es una palabra ridícula. Por eso, cuando piense en “Dios” haz que lo haga con el lenguaje árido de la Filosofía –de la Teología, si quieres-, pero nunca con el lenguaje del amor. La mera sospecha de que Dios es más parecido a un Enamorado que al Gran Relojero de los filósofos echaría por tierra todas nuestras ilusiones.
Asmodeo

jueves, febrero 10, 2005

¿Caiga quien caiga? (firma invitada)

Ha vuelto CQC, el programa de Tele 5 que durante años ridiculizó a los elementos más ‘cándidos’ (seamos generosos) de la derecha española. Y ha vuelto con parecido formato al anterior: entrevistas faltonas a pie de moqueta y un público que huele a dieta adiestrado para reír los chistes precocinados de los presentadores.

Ahora, el espacio lo conduce Fuentes y no Wyoming, quien contribuye solidariamente a paliar la deuda de TVE presentando un programa que no ve casi nadie y que nos cuesta a los españoles casi 1.800.000 euros, según informó hace unas semanas el periodista de Época Miguel Gil.
En cuanto a los reporteros del equipo anterior, Tele 5 sólo ha rescatado a uno, de quien sospechamos quedó fuera de los planes de recolocación de Polanco, cuando hace más de un año CQC se fue al garete. Porque basta sintonizar una de las muchas televisiones o emisoras de Prisa para oír la voz o ver la cara de uno de aquellos presupuestamente graciosos hombres de negro.

Y ésta puede ser la pista que explique por qué, a pesar del cambio de Gobierno, el nuevo equipo de CQC es tan agresivo con la derecha y tan complaciente con la izquierda. Quizá porque, al igual que sus antecesores, saben que con un ingenio tan corto difícilmente lleguen lejos y, por tanto, mejor sea buscarse desde ya un retiro placentero en Costa Prisa o en Prado del Rey. ¡Y qué retiro! Pues menuda es la izquierda a la hora de pagar favores. ¿Verdad, Wyoming?

Gonzalo Altozano

miércoles, febrero 09, 2005

Los Otros

Cuando, en los sesenta, el marxismo fue aplicando sordina a su retórica obrerista, por aquello de que las masas proletarias en Occidente empezaban a entrar en tropel en las filas de la burguesía, y diversificando hacia nuevos "ismos" culturales y liberaciones varias, se puso de moda el lema de que "lo personal es político". De aquellos polvos vinieron los actuales lodos de simplificar miles de problemas concretos presentándolos como parábolas o epifenómenos de esquemas ideológicos generales. Así, cada caso de maltrato no se ve como este hombre concreto pegando a esta mujer concreta, sino como una consecuencia extrema del Patriacado opresor ejerciendo su violencia natural sobre la Mujer.

El concepto no sólo es absurdo; es casi lo contrario a la verdad: lo político casi siempre es o acaba siendo personal. Decía Aristóteles que el hombre es una animal político; quizá sería más acertado decir que es un ser tribal. No soy demasiado aficionado al fútbol, pero siempre me ha fascinado el fenómeno de los hinchas. Uno es del Real Madrid o del Barcelona a muerte, no por la plantilla o la directiva, como parecería lógico. Si mañana Florentino Pérez se convirtiera en presidente del Atlético y se llevara a toda la plantilla del Real Madrid a su nuevo club, el hincha atlético seguiría siéndolo, y otro tanto el del Madrid. Se trata de "los colores", del nombre de la tribu.

Y en política, tres cuartos de lo mismo. Lo importante no es qué política se defienda; lo importante es saber si son "los nuestros" o son "los otros". Por eso un gobierno del PSOE pudo liberalizar el mercado de trabajo y aplicar otras medidas capitalistas sin que se inquietaran demasiado sus votantes, y un gobierno del PP consiguió aprobar una ley de tratamiento de embriones sólo marginalmente menos inmoral que la que había sin que eso afectase perceptiblemente a su base electoral. Casos casi idénticos son condenados o disculpados según los aprueben unos u otros. No importan las ideas, sino quién manda aquí.

De lo que se trata

SE trata de Europa". En cualquier época menos antiintelectual que la nuestra, el lema elegido por el PSOE para su campaña a favor del "sí" en el referéndum sobre la Constitución europea sería algo peor que un fracaso: sería incomprensible. ¿Qué quiere decir que "se trata de Europa"? Si se hubiera redactado una constitución diametralmente opuesta a la presentada, ¿no se trataría de Europa igualmente? ¿No se trataría de Europa si se nombrara un dictador con poderes absolutos en Bruselas, si se decretara la disolución del Parlamento Europeo o, incluso, la disolución de la Unión Europea? Pero los políticos nos tratan como a descerebrados y sus mensajes ya no pretenden transmitir ideas, sino sensaciones.

miércoles, febrero 02, 2005

La ‘secta’ católica

El catolicismo tiene los días contados. Los imparables avances de la ciencia, el agresivo laicismo de los poderes públicos y el alargamiento de la esperanza de vida reducen año tras año el número de creyentes, que parece destinado a convertirse en una minoría más o menos irrelevante en todo el mundo. La Iglesia, además, retrocede ante una espiritualidad más subjetiva, al margen de la religión organizada.

Todo lo que acabo de escribir es mentira. De hecho, la Iglesia, lejos de reducirse en número en todo el mundo, creció el año pasado en quince millones de miembros. Si esta noticia le sorprende es porque casi todos los medios de comunicación de masas en Occidente parecen complacerse en reflejar y transmitir la falsa idea del párrafo con el que he empezado.

No pretendo que ésta sea una columna triunfalista. La verdad no es cuestión de número o de mayorías, no se vota. El cristianismo es tan cierto ahora, con 1.086 millones de fieles y dos mil años de santos y desarrollo doctrinal como cuando eran sólo un puñado de galileos incultos y desconcertados en un oscuro rincón del Imperio Romano.

Alguna vez se ha hablado en las páginas de ALBA de la soberbia cronológica, es decir, el hábito de pensar que la época que vivimos es de algún modo la cúspide de los tiempos, un lugar privilegiado desde donde juzgar el pasado y el futuro. Pues bien, también existe una soberbia geográfica, un 'ombliguismo' territorial que nos lleva a pensar que lo que ocurre aquí -en España, en Europa, en Occidente- es lo que importa, que los que nos sucede es lo que sucede, y que las tendencias que nos afectan son tendencias universales.

Este ombliguismo occidental es históricamente comprensible: Occidente ha sido durante siglos el motor de la creatividad cultural, ideológica y tecnológica mundial, exportando su modelo de civilización a todo el Planeta, gracias, sobre todo, a las famosas -y omitidas- raíces cristianas de Europa. Pero si es indudable que la Iglesia tiene sus raíces en Occidente, su vocación es universal -que eso significa "católico"- y sus frutos se extienden por toda la Tierra.

Pero es que, además, hay síntomas de que es Occidente el que ahora vive en una burbuja. El laicismo imperante -entendido como el arrinconamiento de la fe a la esfera meramente privada, a su desaparición de la vida pública- se está revelando como un camino sin salida. No se trata de que sea peor o mejor; sencillamente, es invivible.

Los ejemplos abundan. Basta echar un vistazo a las películas que han arrasado en los premios Goya o las nominadas a los Oscar para advertir las manifestaciones de una civilización que ha dejado de creer en sí misma y en la vida, una cultura que recurre cada vez más a la muerte como panacea de todo tipo de problemas. Los catorce galardones obtenidos por el panegírico proeutanasia Mar adentro y las numerosas estatuillas que previsiblemente obtendrá en Estados Unidos Million Dollar Baby, la película de Clint Eastwood en que el compasivo homicida de una boxeadora minusválida es su propio padre, hablan de una civilización en punto muerto.